martes, 12 de abril de 2016

          LA DIPLOMACIA ECONÓMICA



                                      
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Los  oportunistas han salvado a los pueblos:

los héroes los han arruinado

Emil Cioran

Aunque no Io parezca, larga es la historia de la diplomacia económica.

Desde que era simplemente de naturaleza comercial en los siglos XIV y XV, tiempos en que venecianos y genoveses buscaban dominar eI Mediterráneo o Ia Liga Hanseática eI intercambio de mercaderías al norte de Europa, hasta Ios tiempos presentes en donde todo eI planeta es el campo de juego y toca materias tan diversas como las inversiones, el cambio de divisas, los derechos de propiedad intelectual, las innovaciones tecnológicas o la energía, Io económico en general forma parte casi indispensable de toda negociación entre Estados. Tanto por la fuerza como por Ias tratativas pacíficas, la diplomacia económica ha estado presente durante siglos. 

No obstante, es en el último que ella ha cobrado mayor vigencia y significación, empujada por Ia intensificación de Ia interdependencia global.

Cuando oímos la palabra diplomacia siempre la vinculamos a las relaciones eminentemente políticas. Sin embargo, Ia diplomacia política siempre ha protegido y/o servido a Ias economías domésticas.

En la actualidad, como nunca antes, no son sólo Ios asuntos de la dinámica del poder los que deben ser atendidos por las cancillerías del mundo. Si bien éstos tienen una indudable y crucial importancia en los nexos internacionales, los de naturaleza crematística son imprescindibles en Ias agendas de negociación entre países.

Así Ias cosas, en la globalización que nos ha tocado vivir están mezcladas todas las dimensiones del intercambio internacional. Bien sea en los conflictos  como en los consensos, en la guerra o en la paz, en las alianzas y las enemistades, en la cooperación o en el alejamiento, en la integración o las separaciones, en los compromisos o las controversias, las distintas facetas del relacionamiento llevan Ia impronta de  lo económico.

En este ámbito, Ias épocas han tenido sus prioridades.

En este comienzo de siglo, eI tema más recurrente es Ia profundización de Ia apertura de las economías nacionales. Nadie desea quedarse al margen de Ias grandes corrientes mercantiles que se han venido imponiendo.

Tanto el Atlántico como eI Pacífico se han convertido en dos inmensos espacios geográficos en cuyas dinámicas se está jugando el destino de Ia economía mundial futura.

Es allí donde Ia diplomacia económica del siglo XXI está teniendo un papel crucial y determinante.

Un grupo de Estados de distintos tamaños y desarrollos, de variopintas visiones, han arribado o están IIegando a acuerdos de gran peso y significación, partiendo todos de una perspectiva pragmática, aIejados de los dogmas ideológicos, Ios prejuicios políticos y los resentimientos históricos, pensando principalmente en el bienestar de sus ciudadanos y dejando atrás los conflictos estériles.

Los países pequeños y medianos que están aprovechando esta oportunidad de entrar en arreglos globales saben que de haberse mantenido apartados de ellos sus problemas sociales y económicos se incrementarían y prolongarían en el tiempo.  

Es lamentable que aún haya gobernantes y pueblos aferrados a mitos paralizantes y miradas anacrónicas, y que por causa de éstos estén desdeñando posibilidades de crecer y desarroIIarse.

Una acertada política exterior hoy necesariamente debe contar con objetivos económicos que coadyuven aI crecimiento y desarroIIo de Ios países.

La diplomacia económica es el medio idóneo para alcanzar con eficacia aqueIIos propósitos. Para eIIo se requiere de diplomáticos pragmáticos que comprendan a cabalidad el mundo de Ia economía y Ias finanzas mundiales, de modo que sepan escoger Ias mejores y más convenientes alternativas para sus pueblos.



EMILIO NOUEL V.

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