martes, 28 de abril de 2015

LA OPOSICIÓN ESTATISTA EN ARGENTINA

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JUAN CARLOS HIDALGO

La renacionalización de los ferrocarriles en Argentina siguió un patrón que, con algunas excepciones, ha sido una constante en la era Kirchner: el apoyo de la oposición a buena parte de la agenda estatista de Casa Rosada. Este panorama debería atemperar las expectativas de que un nuevo gobierno cambie de manera sustancial las políticas económicas implementadas en ese país en la última década.
Con 223 votos a favor y apenas 5 en contra, la Cámara de Diputados votó el proyecto de re-estatización del servicio ferroviario. A favor de la medida estuvieron, además del oficialismo, los opositores de la Unión Cívica Radical (centro), PRO (centroderecha), Frente Renovador (peronismo disidente), Coalición Cívica (centroizquierda) y los socialistas. Para ser justos, PRO justificó su voto señalando cambios que permitirían eventualmente más competencia y participación privada. Aún así, la medida denostó un alto consenso de la clase política argentina.
No es la primera vez. Otros proyectos importantes que aumentaron la participación del Estado en la economía han contado con la venia directa o implícita de un sector nada despreciable de la oposición.
Un ejemplo fue la expropiación del 51 por ciento de las acciones de Yacimientos Petrolíferos Argentinos (YPF) que pertenecían a la española Repsol. Esto no solo marcó la estatización de la compañía petrolera más grande del país, sino que representó la radicalización del modelo económico populista de los gobiernos kirchneristas. En la Cámara de Diputados el proyecto recibió 208 votos a favor y 32 en contra. En el Senado, la votación fue de 63 votos positivos y únicamente 3 negativos. Gil Lavedra, entonces líder del bloque de diputados de la UCR, justificó su apoyo a devolver YPF a control estatal diciendo, “Nosotros la creamos, la defendimos y pensamos que es una empresa estratégica para el país”.
Más resistencia enfrentó en el 2008 el proyecto para nacionalizar las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), mediante el cual el Estado se adueñó de US$29.300 millones en ahorros previsionales de 9,5 millones de trabajadores argentinos. Esta medida constituyó el robo legalizado de mayor envergadura en Argentina desde el corralito del 2001.
La ley también le garantizó al gobierno ingresos adicionales por US$5.000 millones anuales en cotizaciones y un ahorro de US$3.500 millones que el Estado dejó de pagarles a las AFJP por concepto de capital e intereses por los bonos públicos que tenían en sus carteras. Además, ya que las administradoras eran dueñas de acciones en una multitud de empresas, la Casa Rosada utilizó la nacionalización para nombrar representantes del gobierno en las juntas directivas de estas compañías, incluyendo Grupo Clarín, cuyo periódico es uno de los principales críticos de la presidenta Fernández de Kirchner.
La complicidad de la oposición hacia la agenda estatista de los Kirchner revela que probablemente no haya un giro radical en las políticas económicas
Para ese entonces el oficialismo contaba con mayoría en ambas Cámaras del Congreso, por lo que no necesitó del apoyo de la oposición para aprobar el proyecto. Las bancadas de la UCR, PRO y peronistas disidentes votaron en contra. Sin embargo, los presidenciables opositores Mauricio Macri (PRO) y Sergio Massa (Frente Renovador) han manifestado que de llegar al poder mantendrían la estatización de las AFJP.
La nacionalización de Aerolíneas Argentinas en el 2008 también recibió el voto negativo de PRO, Coalición Cívica y la UCR, pero en el caso de estos dos últimos, su oposición radicó más en el hecho de que el gobierno asumiera los pasivos de la compañía, valorados en US$890 millones. Estos partidos proponían, en cambio, que el Estado se hiciera de Aerolíneas mediante la creación de una nueva empresa estatal.
La manera poco transparente y no competitiva en que se realizaron muchas de las privatizaciones en la década de los noventa ha servido a los gobiernos K como justificante para su programa de renacionalizaciones. Pero la oposición, en lugar de proponer más competencia en los mercados o eliminar aquellas distorsiones regulatorias que afectan la calidad de los servicios privatizados –como los controles tarifarios–, más bien comparte en gran medida la visión kirchnerista de que el Estado debe retomar el control de estas empresas.
No todo es negativo. Macri, en particular, ha sido el candidato que ha enviado más señales de cambio en materia económica. Por ejemplo, prometió eliminar el “cepo cambiario” y dejar flotar el tipo de cambio el mismo día que asumiera el poder. Sin duda, esto enviaría una señal contundente de que Argentina busca poner orden en su política monetaria. Curiosamente, por estas declaraciones el bando de Massa acusó a Macri de querer un “ajuste sangriento”.
Sin duda, la salida del poder del kirchnerismo trae aparejada la esperanza de que un nuevo gobierno sea más respetuoso del Estado de Derecho y la libertad econonómica. No obstante, la complicidad que en gran medida ha mostrado la oposición hacia la agenda estatista de los Kirchner revela que probablemente no haya un giro radical –y necesario– en las políticas económicas de Argentina.

Juan Carlos Hidalgo es analista de políticas públicas sobre América Latina en el Centro para la Libertad y Prosperidad Global del Cato Institute en Washington, DC. Twitter: @jchidalgo.
MIS QUERIDOS FILÓSOFOS

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   LUIS LANDERO

Ocurre a veces que uno necesita reconciliarse formalmente con la razón, días en que el mundo se vuelve opaco y el alma se siente huérfana de conceptos y anhelosa de armonía y claridad. Es el momento entonces de regresar a la filosofía. Y es que a veces el conocimiento intuitivo y emocional del arte y de la literatura empacha y cansa, quizá porque su empeño no es tanto esclarecer las cosas como enriquecerlas y, valga la paradoja, iluminarlas con nuevos enigmas, de modo que en la filosofía descansamos de ese oscuro entender y, por decirlo así, canjeamos por ideas claras y distintas nuestras perplejidades y vislumbres, como quien convierte su incierta mercadería en letras de cambio bien acreditadas.
Siempre he sido aficionado a la filosofía, y nunca me ha faltado un filósofo de cabecera. Cada momento ha tenido el suyo. Ha habido épocas de Nietzsche, de Ortega, de Spinoza, de Berkeley, de Heidegger, de Benjamin y Adorno, de Sartre y de Camus, y de tantos otros, y siempre de Schopenhauer, de quien nunca me canso, y por supuesto de Montaigne. De Montaigne me admira la suave y amena indagación que hace de sí mismo y de las cosas sencillas de su alrededor. Pocas veces nos dice nada que el lector no creyera haber pensado antes. La obviedad se convierte sin saber cómo en un hallazgo y en un don. Los pensamientos de siempre cobran en él el resplandor del primer día, y hasta sus muchas citas clásicas se nos revelan con toda la fuerza repentina de la novedad. De pronto descubrimos que todo en el mundo está por descubrir.
Así que uno es una especie de trotaconceptos, un vagabundo que en cualquier parte (un tratado de lo más sesudo, un artículo de periódico, una sentencia, hasta un refrán) encuentra hospedaje: es decir, encuentra el consuelo, y hasta la caricia maternal, de una idea que de pronto, como un relámpago en la noche, pone luz en el mundo. En cuestión de ideas, soy nómada. Apenas he conocido el placer de la creencia, y aún menos el de la militancia. Soy un viajero que hoy hace fonda aquí, y pide siempre el menú degustación, y que mañana continúa alegremente su camino. Como mero aficionado a la filosofía, me gusta además mi irresponsabilidad de lector, cosa que en la literatura me ocurrió solo en mis primeros años de juventud, cuando leía de todo, sin ley ni canon, y tenía tan buen apetito que no había libro o cómic al que le hiciera ascos. Por otra parte, yo suelo leer los textos filosóficos con cierto ánimo novelero, como si me contasen una historia cuyos personajes, héroes y malvados, son las ideas, y donde hay un argumento, un conflicto, una trama, una intriga, y hasta un desenlace desdichado o feliz. De filosofía, entiendo poco, y no aspiro a más, y en mis lecturas hace tiempo que renuncié a obtener cualquier botín teórico, lo cual me ofrece una levedad de lo más placentera. Vivo desde siempre en una alocada soltería filosófica.
Luego, otro día, resulta que te cansas y hasta reniegas de ese lenguaje y de esa luz, de esas pretensiones de alzar una torre de conocimiento tan alta como la de Babel, y regresas a la penumbra del arte y la literatura, y así vas, de los filósofos a los poetas, del razonamiento a la revelación, del no entender entendiendo al alivio, y acaso también al espejismo, de entender algo de una vez para siempre, y de reposar al fin en esa Ítaca tan inalcanzable que es la ilusión de la verdad. De las palabras que te guían a las palabras que te pierden.
Uno no sería ni la persona, ni el ciudadano, ni el lector y el escritor que es, sin la filosofía, sin esa fina lluvia de ideas, de pálpitos, de querellas intelectuales, de ecos dialécticos, que nos vienen del pasado y que se filtran en nuestra inteligencia y en nuestro corazón y que nos dotan de la clarividencia y el carácter necesarios para enfrentar críticamente el mundo y construir nuestra visión propia de la realidad, y que solo ahí, en ese gran río de conocimiento que es el legado de nuestros mayores, podemos encontrar. Esa es nuestra herencia, y no tenemos otra. En la filosofía (y, si se quiere, también en la literatura, que no es otra cosa que el patio de vecindad de las humanidades) está la llave de nuestra salvación como personas libres, lúcidas y mayores de edad.
Porque ocurre que del mismo modo que las facciones de nuestro rostro o las huellas de nuestros dedos son distintas, así también nuestro mundo interior y nuestra visión de la realidad son por fuerza exclusivos. Somos irrepetibles. Estamos condenados a ser originales. O mejor: en nosotros está la semilla de la originalidad, y de nosotros depende que caiga en buena tierra o que se agoste sin remedio. Pero para saber lo que valemos, y para lograr ser nosotros mismos, nos lo tenemos que ganar, y para eso es necesario un poco de soledad, de recogimiento, de esfuerzo, de lentitud… y de la ayuda de nuestros filósofos, de los de antes y de los de ahora, de los densos y de los ligeros, de los ceñudos y de los festivos, porque sin ellos estaremos condenados a la ignorancia y a la palabrería: carne de cañón.
Y he aquí que ahora, nuestros actuales gobernantes, no contentos con haber menoscabado la literatura en las escuelas, los libros en las bibliotecas y el teatro y el cine en las taquillas, han decidido también arrinconar a la filosofía, haciéndola meramente optativa, lo cual equivale a su extinción. ¿Qué muchacho, o qué padres de muchacho, van a elegir o a animar a elegir como asignatura la filosofía, que al fin y al cabo no sirve para nada, cuando se puede optar por otra materia más técnica y práctica, que acaso pueda servir para aspirar a un puesto de trabajo, por mísero que sea?
Solo una conjura explica la saña con la que los gobernantes persiguen a las humanidades
Triste país el nuestro. Trabajando cada cual para obtener sus pequeñas ventajas, nos estamos labrando entre todos la desdicha colectiva. Hoy sabemos ya que, en asuntos de educación, de ciencia y de cultura, el sueño de la Transición produjo, si no monstruos, sí figuras grotescas. Al cabo del tiempo, al cabo de tantos proyectos y sueños de regeneración, uno contempla el panorama social y comprueba que, tras la apariencia y el barniz de la modernidad, seguimos siendo el mismo país ignorante y atrasado de siempre. Queda una gran minoría ilustrada, cómo no, pero se antoja poco logro para las oportunidades históricas que tuvimos y que una vez más desperdiciamos. Diríase que hay una conjura para que estas cosas sean así. No de otro modo se puede interpretar el desprecio y la saña con que nuestros gobernantes persiguen a las humanidades en las escuelas y a la ciencia y a la cultura allá donde se encuentren. Como si hubieran recibido de ellas una afrenta que hay que vengar y reparar.
Seguimos, pues, como siempre en nuestra desdichada historia, a la espera de un Gobierno ilustrado, que crea de verdad en esa gran evidencia de que el progreso y la grandeza de un país se construyen por fuerza desde la educación. Algo que todo el mundo dice pero que nadie hace, quizá porque tampoco ellos, los mandatarios y demás malandrines, son amigos de la lectura y el estudio. Basta leer un par de horas a Montaigne, o cultivar el hábito de alternar, aunque sea solo de pasada, con nuestros queridos filósofos, para defendernos de la banalidad y desenmascarar y ponernos a salvo de los discursos baratos, tramposos, fatuos y hasta ridículos de la mayoría de nuestros políticos. Más que nunca, ante la ristra de elecciones que se nos avecinan, quizá esta sea la hora de regresar a la filosofía.

Luis Landero es escritor. Su último libro es El balcón en invierno (Tusquets).

sábado, 25 de abril de 2015

                    ¡A ILUSIONAR, SEÑORES LIDERES, A ILUSIONAR!


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Los diagnósticos sobre lo que tenemos enfrente como gobierno y sus nefastas consecuencias ya están hechos. Y los remedios para sacar al país adelante también.
No hace falta seguir insistiendo en ello. Los que siguen hablando de que se requiere “proyectos de país”, programas o de propuestas concretas para solucionar los graves problemas, no hacen más que llover sobre mojado. En esas materias ya está estudiado y dicho casi todo, no hay nada más que inventar.
La oposición democrática venezolana y sus cientos de profesionales y técnicos con vasta experiencia, los mejores del país, saben lo que debe hacerse para superar el desastre al que nos han llevado 16 años de desatinos de un grupo político inepto, ignorante, corrupto y autoritario.
La mesa política y social está servida para iniciar el vuelco a esta situación. Voluntad, decisión e inteligencia es lo que demandamos de los dirigentes.
El rechazo al gobierno es cada día que pasa mayor. Las encuestas lo registran. Sólo poco más de un quinto de la población sigue apegado al gobierno, pero allí el desafecto y la queja están aumentando. El costo de la vida, la inseguridad pública y el desabastecimiento tienen un poder demoledor inequívoco en la amplia adhesión que existió hacia aquel.
Los rasgos fundamentales de la estrategia de la oposición también están definidos y claros. El camino no es otro que el democrático, constitucional, electoral y pacífico.  
Resta insuflar en la población, más allá de recoger el descontento creciente y transformarlo en fuerza política organizada, una ilusión acerca de que es posible una Venezuela distinta a la calamidad que nos agobia.
Ilusión es sueño, anhelo, expectación, ánimo y esperanza. No se trata de ofrecer utopías, promesas irrealizables y demagógicas, para entusiasmar y ganar adeptos.
Urge ser realistas y sinceros con los venezolanos. Para superar una economía destruida, una sociedad desarticulada, el reino de la delincuencia establecido, se impone  inyectar en la gente una aspiración vigorosa de cambio posible, no fantasioso, ni engañoso.
Y esto hay que hacerlo con convicción profunda, transmitiendo seguridad y fe en el porvenir. Sólo así podremos revertir la desesperanza que ha venido sembrando el gobierno en los venezolanos, queriendo con ello disuadirnos de que nada podemos hacer, que ellos son invencibles, y que no vale la pena protestar ni ir a votar.
Los venezolanos nos merecemos un país próspero y de todos, y tenemos cómo construirlo. Los graves daños materiales y morales infligidos en los últimos años a nuestra sociedad por una banda de desalmados pueden ser reparados. Trabajo, salud, educación, vivienda, bienes de consumo, seguridad y paz son posibles y mejores bajo condiciones diferentes a las actuales.
Falta que la dirigencia democrática, fortalecida mediante una férrea unión, conciba y divulgue un discurso potente que entusiasme y galvanice a las mayorías que andan buscando salir de la penuria y la incertidumbre. 
El discurso que necesitamos debe convertirse en una prédica homogénea que inunde a la Nación y emocione por encima de las diferencias naturales entre los diversos actores que rechazan el estado de cosas actual. Y para esto la técnica comunicacional también puede servir de mucho.
Con las elecciones parlamentarias venideras, se abre a las fuerzas de oposición una formidable oportunidad de triunfo. Ese éxito, de darse, constituiría un gran salto cualitativo y cuantitativo en el difícil y tortuoso camino de la recuperación de la libertad y la democracia en paz.
Para que eso se dé, precisamos de un discurso que anime, motive, apasione y movilice. En definitiva, que ilusione, que de ganas de luchar por la Venezuela del futuro. Así es como ha ocurrido siempre y seguirá sucediendo.




EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com

jueves, 23 de abril de 2015

LA CORRUPCIÓN SIN FRONTERAS Y LOS PRÓCERES DE LA REVOLUCION BOLIVARIANA


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El tema de la corrupción gubernamental o de los políticos, aunque es asunto permanente, enfermedad crónica que a veces empeora con gobiernos tomados por asalto por bandas de delincuentes, se ha alborotado de nuevo. En esta oportunidad han estallado simultáneamente escándalos en muchos países. Desde la lejana China, pasando por Corea del Sur y España, hasta Argentina y Brasil, la onda expansiva recorre el mundo, dejando sus estragos en cada país, siendo los más pobres los que pagan el pato al final, pues la corrupción significa una disminución de bienes sociales para las mayorías.
En nuestro hemisferio, un país como Chile, que hasta ahora tenía un récord muy bueno en la materia, ha hecho su debut también.
Obviamente, en todas partes se cuecen “guisos”, como decimos en Venezuela, pues pensar que de la corrupción de los gobernantes o funcionarios públicos algunos países pudieran estar exentos, es ser muy ingenuo o desconocedor de la historia del hombre. Aquella siempre la habrá, aquí y en donde sea, por tanto, lo que corresponde a toda sociedad es tratar de controlarla, perseguirla, sancionarla y minimizarla en la medida de lo posible, a sabiendas de que la naturaleza humana es imperfecta.
La corrupción no es un asunto exclusivo de los que están en el sector público. En el privado, igualmente, tiene lugar el fenómeno, y no me refiero en este último caso sólo a los particulares en su relación con el Estado.
El “lavado” o “blanqueo” de dinero, llamado técnicamente, legitimación de capitales, y efecto directo, tanto de los diferentes delitos como de la corrupción política, se ha colocado en la palestra pública nacional e internacional en días recientes, con ocasión de investigaciones realizadas por autoridades norteamericanas y españolas en un banco de Andorra. Es, sin duda, un escándalo propio de lo que estamos comentando.
Grandes sumas de dinero, procedentes o bien de los negocios gubernamentales, del tráfico de drogas o de otras  actividades ilegales, están relacionadas con personas naturales y empresas de nacionalidad venezolana con vínculos gubernamentales.
Lo grave de todo esto es el entrevero perverso que tiene lugar, y en el cual jerarcas del gobierno chavista, contratistas, mafiosos y narcos convergen en operaciones de trasiego bancario, que muestran los vasos comunicantes existentes entre ellos.  
Queda claro que este delito transfronterizo no puede ser combatido sólo con medidas domésticas. La eficacia en tal tarea debe contar con normas de obligatorio cumplimiento y acciones internacionales conjuntas. De allí que la cooperación operativa y judicial entre los países sea fundamental.
Para tal fin se han suscrito convenios bilaterales y multilaterales. Quienes sigan viendo este grave asunto desde los estrechos márgenes de un territorio o con concepciones soberanistas anacrónicas, no ha comprendido el mundo que vivimos, ni la incidencia global de la delincuencia.
La Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Transnacional Organizada, conocida también como Convención de Palermo,  de la cual es signataria Venezuela, es un instrumento, como otros instituidos en el campo internacional, adecuado para lograr una mayor eficacia en la lucha contra las distintas manifestaciones criminales cuyo ámbito de acción es el globo terráqueo. Allí los países se comprometen a  penalizar el blanqueo de dinero y la corrupción, pero también regula las materias de decomisos, extradiciones, investigaciones conjuntas, recopilación, intercambio y análisis de información, asistencia judicial recíproca, entre otros asuntos.
Vistas las revelaciones recientes en que aparecen involucrados funcionarios públicos y contratistas venezolanos, cabe preguntarse si nuestras autoridades están echando mano de los mecanismos de cooperación establecidos en las regulaciones internacionales sobre la materia, o si se están haciendo la vista gorda porque los que aparecen mencionados son próceres de la revolución bolivariana.

EMILIO NOUEL V.

@ENouelv
emilio.nouel@gmail.com