domingo, 3 de agosto de 2014

CUMBRE ESQUIZOFRÉNICA

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Alvaro Vargas Llosa
La reunión del Mercosur en Caracas ha expuesto ante la región la contradicción insuperable de este bloque.
Brasil quería acelerar un acuerdo comercial con tres de los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico -Colombia, Chile y Perú- para que entre en vigor a finales de este año y empujar el que se pretende con Europa. Para Venezuela, el anfitrión, la prioridad era la “zona económica” con los países del Alba y de Petrocaribe. Ambos grupos suman 21 países en total y están formados por socios populistas o gobiernos a los que Caracas subvenciona.
Sería una hipérbole decir que se enfrentan en el Mercosur una visión liberal y otra revolucionaria. Brasil no pide cambiar la naturaleza proteccionista del Mercosur, su condición de unión aduanera con arancel externo común, distinta de un área comercial (como la Alianza del Pacífico) que permite a los miembros tratar libremente con terceros. Además, Brasil no pide liberalizar todo el comercio entre el Mercosur y los tres países mencionados, sino algunas partidas (y acepta muchas barreras dentro del propio Mercosur).
Pero esto no deja de parecer “friedmaniano” comparado con Caracas. Cuando el Mercosur admitió a Venezuela, era evidente que su sesgo ideológico se notaría. Pasó de ser un bloque proteccionista con tendencia socialista moderada a ser una cohabitación de revolucionarios y moderados, pues Venezuela no entró sola: lo hizo en cierta forma con sus aliados y satélites. Eso es lo que Maduro pretendía formalizar ahora en Caracas.
Se habla -desde el regreso de Bachelet al poder en Chile- de compatibilidad entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico. Pero la integración entre ambos sólo puede darse si uno de estos bloques renuncia a su esencia. Es comprensible que el Mercosur recele de la Alianza: crece más, negocia mejor y apunta a una América Latina emancipada de atavismos antiimperialistas. Frente a la interminable negociación entre el Mercosur y la Unión Europea, allí están la miríada de TLC de los miembros de la Alianza con el resto del mundo. También es cierto que en un escenario ideal tendría que haber una integración entre “mercosureños” y “aliancistas”. Lo exige este mundo globalizado ahora más que nunca, dada la desaceleración económica de casi toda la región, que va a reducir su “sex appeal” y proyección colectiva de cara al mundo.
Pero sólo cobrará sentido esta integración si el bloque que renuncia (disimuladamente) a su esencia es el que lo hizo mal. El Mercosur ha sido declarado un fracaso por algunos de sus miembros, como Uruguay y Paraguay (e incluso los argentinos que en administraciones pasadas lo hicieron posible). La fe de sus propios miembros es tan exigua que esta cumbre tuvo seis meses de retraso. La principal batalla de quienes allí dentro quieren acercar al Mercosur y la Alianza debe darse de un modo muy distinto. El objetivo de Brasil no debería ser darle a la Alianza el abrazo del boxeador agotado que “amarra” al rival para quitarle maniobrabilidad. Debería ser convertir al Mercosur en algo más parecido a la Alianza. Tarea utópica mientras no cambien los gobiernos de varios miembros. Y mientras Brasil no deje de aplicar el proteccionismo que, por ejemplo, lo enfrentó a México por el mercado automotriz o se plasmó en el aumento de más de cien partidas en el Mercosur hace no mucho tiempo.

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