martes, 22 de julio de 2014

LAS NUEVAS FUNCIONES DEL VIEJO MUNDO


       Joseph S. Nye

El ascenso de China ha planteado muchas cuestiones para Occidente y algunos se han preguntado si está destinada a usurpar un papel de dirección mundial de una Europa en apuros. Como ha dicho un comentarista, “los Gobiernos europeos apenas pueden hacer gran cosa en el Asia oriental, excepto de directores de mercadotecnia de sus empresas nacionales”. Al carecer de influencia diplomática y militar para causar impresión en esa región, lo mejor es que Europa deje que Estados Unidos cargue con el mayor peso, pero no tiene por qué ser así.
Para Europa, las consecuencias del ascenso de China son trascendentales, comenzando por el traslado del “eje” estratégico a Asia por parte de Estados Unidos. Después de más de 70 años como prioridad máxima de EE UU, Europa está empezando a perder su privilegiada posición para las autoridades americanas. Además, las ventas europeas de productos de tecnología avanzada y de doble uso que complican el papel de Estados Unidos en materia de seguridad han de crear fricciones.
No obstante, las advertencias de que se está erosionando la asociación atlántica son indebidamente alarmantes. Resulta revelador que el Gobierno del presidente de EE UU, Barack Obama, haya sustituido el término “eje”, que entraña un alejamiento de algo, por “reequilibración”. Ese cambio refleja un reconocimiento de que el predominio económico cada vez mayor de China no anula la importancia de la Unión Europea, que sigue siendo la mayor entidad económica del mundo y un venero principal de innovación económica, por no hablar de valores como la protección de los derechos humanos.
Con esto no quiero decir que el ascenso de Asia no requiera ajustes. Cuando comenzó la Revolución Industrial, el porcentaje de la economía mundial correspondiente a Asia empezó a disminuir de más del 50% a tan sólo el 20% en 1900. En la segunda mitad de este siglo, se espera que Asia recupere su anterior predominio económico —es decir, que le corresponda el 50% de la producción mundial— y al tiempo saque de la pobreza a centenares de millones de personas.
En el decenio de 1990, cuando el Gobierno del presidente de Estados Unidos Bill Clinton estaba pensando en cómo reaccionar ante la potencia económica en aumento de China, algunos lo instaron a adoptar una política de contención. Clinton rechazó esa recomendación: habría sido imposible forjar una alianza anti China, en vista del perdurable deseo de los vecinos de China de mantener buenas relaciones con ella; más importante es que semejante política habría garantizado una enemistad futura con China.Ese cambio de poder —tal vez el más trascendental del siglo XXI— entraña graves riesgos. Los historiadores advierten con frecuencia que el temor y la incertidumbre creados por el ascenso de nuevas potencias como China puede desencadenar conflictos graves, como el que Europa experimentó hace un siglo, cuando Alemania superó a Reino Unido en producción industrial. Con Asia dividida por disputas territoriales y tensiones históricas, la de mantener un equilibrio de seguridad estable no será tarea fácil, pero hay factores que pueden ayudar al respecto.
En cambio, Clinton optó por una política que podríamos denominar de “integrar y asegurar”. Mientras que China fue acogida en la Organización Mundial del Comercio (OMC), Estados Unidos reactivó su tratado de seguridad con Japón.
¿Cómo encaja Europa en ese panorama? Para empezar, debe vigilar y limitar las exportaciones delicadas, con el fin de no volver más peligrosa la situación de seguridad para Estados Unidos. Incluso desde el punto de vista comercial, la estabilidad regional y unas rutas marinas seguras interesan a Europa.Si China aplica un “ascenso pacífico”, sus vecinos se centrarán en la creación de fuertes relaciones económicas con ella. Si abusa de su poder en la región, cosa que, según dicen algunos, indican sus recientes acciones en la frontera con la India y en los mares de la China Oriental y Meridional, sus vecinos procurarán equilibrar su poder, con el respaldo de una presencia naval americana.
Además, Europa puede contribuir al desarrollo de las normas que moldean la situación en materia de seguridad. Por ejemplo, Europa puede desempeñar un papel importante en el refuerzo de una interpretación universal de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, en lugar de la versión idiosincrásica de China, sobre todo en vista de que Estados Unidos aún no ha ratificado ese tratado.
Al contrario de las afirmaciones de algunos analistas, China no es un Estado revisionista, como la Alemania nazi o la Unión Soviética, deseoso de acabar con el orden internacional establecido. De hecho, no redundaría en beneficio de China la destrucción de las instituciones internacionales —como, por ejemplo, las Naciones Unidas, la OMC y el Fondo Monetario Internacional— que han contribuido a facilitar su ascenso. En vista de los destacados papeles que desempeña Europa en dichas instituciones, puede ayudar a China a conseguir la legitimidad multilateral a la que aspira, a cambio de un comportamiento responsable.
Aunque China no está intentando derribar el orden mundial, ahora está experimentando una profunda —y desestabilizadora— transformación. Con el aumento de problemas transnacionales, como el cambio climático, el terrorismo, las pandemias y la ciberdelincuencia, provocado por el rápido progreso tecnológico y consiguiente cambio social, se está esparciendo el poder, pero no entre los Estados, sino entre una gran diversidad de entidades no gubernamentales. Para abordar esas amenazas, hará falta una amplia cooperación internacional, en la que China, Estados Unidos y Europa desempeñarán, cada cual, un papel importante.
Por último, no hay que olvidar la cuestión de los valores. Europa, junto con Estados Unidos, ya ha opuesto resistencia a las exigencias chinas (y rusas) de una mayor censura en la red Internet, y países europeos como Noruega y Alemania han aceptado golpes económicos en nombre de los derechos humanos.
Si bien es imposible predecir cómo evolucionará la política china, las experiencias de otros países indican que el cambio político se produce con frecuencia cuando la renta por habitante alcanza 10.000 dólares, aproximadamente. Si se produce ese cambio, Europa tendrá la posibilidad de fomentar sus valores básicos con una eficacia aún mayor.
Está por ver si el interés económico de China en un orden mundial imparcial basado en el Estado de derecho propiciará una mayor protección de los derechos individuales. Sólo China lo decidirá, pero Europa puede contribuir a ello poderosamente.
Joseph S. Nye, Jr. es profesor en Harvard y autor de The Future of Power (El futuro del poder).
© Project Syndicate, 2014.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.

No hay comentarios: