miércoles, 6 de noviembre de 2013

El nuevo aislacionismo estadounidense

IAN BREMMER

La falta de una orientación clara en la política exterior de Estados Unidos está generando un coro cada vez más extenso de frustración internacional. El gobierno de Washington está preocupado por las batallas políticas internas, y sus vacilaciones a propósito de Siria y otros problemas imposibles en Oriente Próximo hacen que su política exterior esté desnortada. Algunos se preguntan si Estados Unidos ha renunciado a su papel de líder en el escenario internacional.
La inquietud porque se intensifique el aislacionismo norteamericano no es nada nuevo. Hace 20 años, el gobierno de Clinton se retiró de Somalia en cuanto murieron varios estadounidenses, no hizo prácticamente nada para detener el genocidio en Ruanda y evitó la intervención en la antigua Yugoslavia durante el máximo tiempo posible.
Esta vez, sin embargo, la situación es distinta. A pesar de la participación de Estados Unidos en la campaña de bombardeos de la OTAN, ninguna figura importante de Washington propuso que sus tropas invadieran la Libia de Gadafi. El presidente Obama nunca ha pensado seriamente en una intervención sobre el terreno en Siria y habla de la política exterior estadouniednse como si siempre hubiera consistido en la no intervención en guerras civiles de otros países. La pregunta que circula en Washington en los últimos tiempos no es “¿Por qué no intervenimos?”, sino “¿Por qué vamos a tener que hacerlo?”
Hoy, los dos partidos políticos tienen buenos motivos para caer en la retórica aislacionista. En 2008, el presidente Obama superó a Hillary Clinton y obtuvo la nominación de su partido, en parte, gracias a su oposición a la invasión de Irak y su promesa de poner fin a las guerras del gobierno de Bush. Dentro del Partido Republicano, la oposición a la política exterior de Obama ha creado la demanda de un nuevo aislacionismo, una corriente libertaria que se mantuvo en los márgenes de la retórica de partido durante la militarista presidencia de George W. Bush. La aversión al riesgo de la política exterior actual de Washington es un reflejo de la opinión pública. Los últimos sondeos confirman que los votantes estadounidenses quieren que sus líderes dediquen su tiempo y su energía a reconstruir el crecimiento económico en el país, no en Afganistán o Egipto.
A ello hay que añadir una revolución en la producción nacional de energía que ha reducido de forma drástica la dependencia del petróleo importado de Oriente Próximo. Gracias a nuevas tecnologías y técnicas de perforación, el Organismo de Información Energética de Estados Unidos (EIA en sus siglas en inglés) prevé que, cuando termine esta década, alrededor de la mitad del crudo que consume el país será de producción propia, y más del 80% producido en el hemisferio occidental. Los consumidores norteamericanos tienen menos necesidad de lo que hasta ahora era predominante, las importaciones de Oriente Próximo.
Tampoco está retrayéndose el gobierno de Obama de una mayor participación en el comercio internacional. Los líderes de los dos partidos están de acuerdo en que Estados Unidos tiene un interés crucial en impulsar el Partenariado Transpacífico —un inmenso acuerdo comercial encabezado por Estados Unidos que abrirá mercados y acelerará el comercio tanto en Asia como en las Américas— y un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.Tampoco hay que exagerar esta tendencia aislacionista. Estados Unidos sigue teniendo un gasto militar anual superior al de todos sus posibles rivales juntos. Además, hay dos aspectos en los que cuenta con una ventaja tecnológica importante y que proporcionan a las autoridades estadounidenses unas herramientas de seguridad poco costosas: los aviones no tripulados (drones) y los instrumentos avanzados de vigilancia. Washington va a continuar utilizando los aviones no tripulados para obtener información y causar bajas en países cuyas condiciones de seguridad implican demasiados costes y riesgos como para una intervención directa. Y el uso de herramientas digitales de espionaje de última generación deja claro que, aunque Washington está menos interesado en ser el policía del mundo, sus servicios de inteligencia siguen queriendo saber lo que piensan los demás.
Incluso en los compromisos militares, la creciente resistencia de Estados Unidos a asumir riesgos en política exterior tendrá menos consecuencias para sus principales aliados que para países aspirantes a ser sus socios pero que carecen de lazos históricos. Aunque a las autoridades de Japón e Israel les preocupe la posibilidad de que Estados Unidos se centre en sus problemas internos y deje de garantizar su seguridad, a Washington le interesa, por muchas razones, mantener sus sólidas relaciones con los dos. Otros gobiernos de Asia y Oriente Próximo tienen más motivos para preocuparse por la posibilidad de que los norteamericanos dejen de ser un socio previsible.

En Estados Unidos se avecina un intenso debate sobre su papel en el mundo, no solo entre los dos partidos políticos sino también dentro de cada uno de ellos. Pero hará falta más de un periodo electoral para que se decida el futuro del poder estadounidense, y la larga serie de turbulencias asociadas al mundo G-0 no contribuirá precisamente a que la política exterior de Estados Unidos sea más atractiva para los votantes. ¿Qué significa para el mundo que Estados Unidos tenga una política exterior menos ambiciosa? Significa que la tendencia hacia un orden mundial G-0, en el que no habrá ningún país ni bloque de países siempre dispuesto y preparado para ser líder mundial, se va a intensificar aún más. En Asia y Oriente Próximo, sobre todo, la confusión sobre cuándo y dónde va a intervenir o no Estados Unidos hará que los Estados poderosos compitan por tener más peso en la región y provocará incertidumbre entre sus vecinos. Dará a los halcones de China y Rusia más argumentos para intentar convencer a sus gobiernos de que deben ser más agresivos y establecer mayores áreas de influencia en sus respectivas regiones.

Ian Bremmer es fundador y presidente de Eurasia Group,

No hay comentarios: