sábado, 29 de junio de 2013

No es el Bundesbank. Son los jueces.

El Tribunal Constitucional alemán debe pronunciarse sobre el Mecanismo Europeo de Estabilidad. Sea cual sea, el fallo dañará su autoridad. Es una de las consecuencias de la judicialización de la política



Se dice que la política se judicializa cuando queda en manos de los jueces (o sobre sus espaldas) el poder de decidir cuestiones puramente políticas. Ese desplazamiento, que choca con los principios propios del Estado democrático de derecho y suele ser funesto para el prestigio de la justicia, se produce en la mayoría de los casos por impulso de los órganos políticos, pero también es a veces obra de los mismos jueces. De lo primero tenemos en España muy abundantes ejemplos; el más reciente quizás, el recurso ante el Tribunal Constitucional contra la absurda Declaración del Parlamento catalán sobre el “derecho a decidir”. De lo segundo hay también ejemplos dentro y fuera de nuestras fronteras, pero pocos tan sobresalientes como el que ha conducido a la situación que hoy vivimos en Europa, cuyo destino pende de la sentencia que el Tribunal Constitucional alemán dictará (hacia septiembre, parece) sobre el Mecanismo Europeo de Estabilidad y muy en particular sobre el acuerdo del Banco Central Europeo de comprar en el mercado secundario (cuando la ocasión se presente, si es que llega a presentarse) la deuda a corto plazo emitida por los Estados que soliciten la ayuda de ese mecanismo. Lo que en su jerga anglófona llaman los economistas Outright Monetary Transactions (OMT, para los amigos).
El camino que ha llevado a los jueces alemanes a tomar en sus manos la política económica europea es muy largo; de hecho, comienza con la creación de la Unión Europea y la invención del euro, condiciones impuestas por Francia para aceptar la reunificación alemana, que los franceses en general y Mitterrand en particular veían con mucho recelo. Los alemanes, con Helmut Kohl a la cabeza, abrazaron con algunos escrúpulos la idea de la Unión, pero se resistieron a disolver el marco en el seno de una moneda única, cuyo valor podría verse amenazado por la laxa política fiscal de otros Estados miembros. Para aceptar el euro exigieron por eso que el Tratado de la Unión, además de imponer al Banco Central Europeo el mismo deber que su Constitución impone al Bundesbank —tener como objetivo primordial de su política monetaria la estabilidad de los precios—, le prohibiese autorizar descubiertos, conceder créditos a los Estados miembros, o comprar directamente la deuda emitida por estos. Con el fin quizás de despejar cualquier duda sobre cuál había de ser el modelo a imitar por el Banco Central Europeo, pidieron además que tuviera su sede Fráncfort, como el Bundesbank.
Por último, como inteligente complemento de estas estipulaciones del Tratado de la Unión, la República Federal reformó su propia Constitución para afirmar su voluntad de contribuir al desarrollo de una Unión Europea, obligada a respetar el principio de subsidiariedad al hacer uso de las competencias que los Estados le han transferido y comprometida con los principios democráticos, federativos y del Estado de derecho; en la misma reforma se abrió asimismo la posibilidad de transferir las competencias del Bundesbank a un Banco Central Europeo “independiente y cuyo objetivo prioritario sea la estabilidad de los precios”. Esta reforma, saludada frecuentemente como muestra del sólido compromiso alemán con la integración europea, entrañaba sin embargo, como después se ha visto, un riesgo para ésta. La constitucionalización de los principios de la Unión obliga a los jueces alemanes, y en especial al Tribunal Constitucional Federal, a controlar la constitucionalidad de las normas y actos del derecho europeo que hayan de aplicase en territorio alemán. Pero aunque ninguna permite escapar del embrollo creado por nociones tan confusas como las de subsidiariedad o de “identidad constitucional” —que en el Tratado de Lisboa se convierte ya en “identidad nacional”—, hay más de una manera de cumplir esta obligación. El Tribunal alemán hubiera podido optar por someter al Tribunal Europeo de Justicia sus dudas acerca de la compatibilidad de esas normas o actos con los principios europeos mencionados y partir de su respuesta para resolver sobre su aplicación en Alemania. No ha seguido esa opción y ha decidido verificar por sí mismo si, además de respetar los Derechos Fundamentales, la Unión ha actuado dentro de sus competencias y ha cumplido con su deber de respetar la identidad nacional de Alemania.A estas cautelas respecto de la moneda única, se añadieron en el Tratado de la Unión algunas otras destinadas a aliviar la preocupación por la expansión, aparentemente incontenible, del poder de las instituciones europeas. Una preocupación que compartían muchos Estados, pero que era especialmente viva en Alemania, cuyo Tribunal Constitucional venía sosteniendo, desde mucho tiempo atrás, que la primacía del derecho europeo sobre los derechos nacionales no podía llegar hasta el punto de ignorar las garantías que la Constitución alemana da a los derechos fundamentales. Una de estas cautelas es la plasmada en el precepto que impone a la Unión el deber de respetar la “identidad constitucional” de los Estados miembros.
El Tribunal aprovechó su primera sentencia sobre el Tratado de Maastricht para afirmar con energía su postura, que ya entonces despertó muchas inquietudes en el mundo académico y en el político, pero ha sido en la sentencia sobre el Tratado de Lisboa en donde ha proclamado en términos rotundos su facultad para someter la actividad de la Unión a un triple control: el de los derechos fundamentales, el del exceso de competencia y el de la identidad nacional. Para asegurar además que todos los alemanes pueden poner en marcha esos controles, ha construido una doctrina audaz y heterodoxa, según la cual el derecho fundamental a la participación política mediante la elección de representantes resulta violado si las cámaras así elegidas ven limitado su poder de decidir el marco social y económico en el que los alemanes desarrollan su vida. Y así hemos llegado hasta hoy. Dejando de lado otras precisiones, baste decir que por esta vía, frente a la ley que autoriza la incorporación de Alemania al Mecanismo Europeo de Estabilidad se presentaron alrededor de 38.000 recursos de amparo, algunos de ellos suscritos por grupos parlamentarios, diputados del Bundestag o catedráticos prestigiosos. Como ampliación de esos recursos, aun sin resolver, se han presentado a partir de septiembre del año pasado otras tantas impugnaciones del acuerdo del Banco Central sobre la OMT y es en el marco de este proceso, en el que no son partes, en donde, a solicitud del Tribunal, han presentado hace pocos días sus alegaciones el Bundesbank y el Banco Central Europeo.Esta alambicada construcción ha sido duramente criticada por muchos y muy notables juristas alemanes. Con escaso fruto, pues con un gesto notable de arrogancia, en una sentencia de septiembre de 2011, después de enumerar con minuciosidad teutónica un buen número de esas críticas académicas, el Tribunal afirmó que no veía razón alguna para cambiar su doctrina.
El Tribunal se encuentra así ante un difícil dilema. Si juzga que la actuación del Banco Central Europeo ha sido intachable, desautorizará al Bundesbank. Si, por el contrario, entiende que esa actuación es inaceptable para Alemania, censurará al Gobierno y al Bundestag el apoyo que le han dado. En ambos casos habrá dañado gravemente su autoridad. En el primero por enfrentarse con el Bundesbank, pues como Delors dijo una vez, hay algunos alemanes que no creen en Dios, pero no hay ninguno que no crea en el Bundesbank. En el segundo caso, porque no parece razonable que un órgano sin legitimidad democrática directa acuse a los órganos que encarnan esa legitimidad de haber violado precisamente el principio democrático.
Y como ha de construirse a partir de categorías tan profundamente políticas como la subsidiariedad o la identidad nacional, en un caso como en el otro, aunque se formule en términos jurídicos, la decisión será interpretada en términos políticos. Justizförmige Politik, que dijo un famoso jurista alemán del siglo pasado poco partidario de la jurisdicción constitucional.
Francisco Rubio Llorente es catedrático jubilado de la Universidad Complutense y director del Departamento de Estudios Europeos del Instituto Universitario Ortega y Gasset

Unión bancaria: la perspectiva europea



    Tano  Santos
La estabilidad financiera creada por las actuaciones de Mario Draghi en 2012 han creado las condiciones para que sucedan cosas dentro de nuestra unión monetaria: ajustes fiscales y reformas estructurales en los países miembros por un lado, y el rediseño de las instituciones de la eurozona por otro. En lo que se refiere a este último, la idea es profundizar la unión monetaria lo estrictamente necesario para hacerla viable, pero nada más. La unión bancaria es esa mínima reforma.
Nuestra unión monetaria tiene dos errores fundamentales de diseño. El primero es la falta de una unión fiscal y el segundo que tampoco la acompaña una completa unión bancaria, una que conlleve una armonización del sinfín de leyes que afectan a todo lo bancario. Nada se va a hacer explícitamente sobre lo primero y algo sobre lo segundo.
¿Por qué la unión bancaria? Los sistemas bancarios nacionales de la eurozona están fuertemente entrelazados y son enormes cuando se les compara con el tamaño de sus respectivas economías. Variaciones en la calidad crediticia de esos sistemas bancarios nacionales, y la de los Estados que los respaldan, inducen violentos flujos de capitales dentro de nuestra unión monetaria, desestabilizándola y provocando la ruptura de los mecanismos de transmisión monetaria. Esto fuerza al BCE a intervenir repetidamente para garantizar la refinanciación de las economías nacionales, algo que por ser economías muy “bancarizadas” sucede a través de los balances bancarios.
El problema empeora por lo que se denomina el bucle diabólico: las carteras de deuda nacional en los balances bancarios inducen una correlación entre la calidad crediticia del soberano y la solvencia bancaria. Así, un aumento de la prima de riesgo se traduce en una disminución del valor de la cartera de deuda soberana en los balances bancarios, deteriorando la solvencia de los bancos, lo que hace más probable una intervención del Estado para rescatarlos, lo que hace que empeore la calidad crediticia del soberano y así sucesivamente. Romper este bucle diabólico debe ser una prioridad.
La gestión de la crisis bancaria en Irlanda y España ha minado la confianza en los bancos centrales en su papel supervisor y dificultado el papel del BCE como prestamista de última instancia. Es por ello que es probable la progresiva eliminación del panorama supervisor de los bancos centrales nacionales, algo que va a llevar su tiempo ya que el conocimiento y los instrumentos están en ellos.¿Qué persigue la unión bancaria?La unión bancaria, tal y como está concebida, está encaminada a evitar fuertes variaciones en la calidad crediticia de los sistemas bancarios nacionales mediante dos instrumentos. El primero es la institución de un proceso supervisor común que haga uniforme los mecanismos de detección de problemas bancarios. Hay, sospecho, una segunda intención ligada a este instrumento y es evitar los problemas de colusión que surgen entre supervisados y supervisores nacionales en presencia de graves crisis bancarias que producen un doble problema de riesgo de azar moral: el tradicional que hay entre el banco en dificultades y el supervisor nacional y un segundo que surge entre dicho supervisor y las autoridades europeas, en particular el BCE, que tiene la responsabilidad de proveer liquidez a entidades solventes, como prestamista de última instancia, y depende del supervisor nacional para poner la línea que separa entidades solventes de aquellas con problemas de liquidez.
Una vez que estos mecanismos estén disponibles, el BCE, se supone, podrá asumir de forma plena su papel de prestamista última instancia.Lo segundo es el mecanismo de reestructuración bancaria. Entidades bancarias con problemas de solvencia serán intervenidas y reestructuradas desde Fráncfort. Los detalles de este mecanismo de reestructuración son cruciales ya que implican repartos de pérdidas y transferencias entre los países miembros. No es por tanto sorprendente la dureza de la negociación entre los distintos países. Estos procesos de reestructuración estarán parcialmente financiados por fondos de la eurozona capitalizados por los países miembros y con la posibilidad de apalancarse. El acuerdo por ahora es que el MEDE pueda invertir 60.000 millones de euros directamente en aquellos bancos con serios problemas de solvencia. Esto aliviará en algo el bucle diabólico antes mencionado, pero se antoja claramente insuficiente dada la magnitud de los problemas en la eurozona.
Reestructuraciones bancarias y quitas de deuda. Pero precisamente para limitar las inyecciones de capital con fondos europeos, y minimizar las transferencias fiscales entre países, los procesos de reestructuración futura también estarán “financiados” por quitas de deuda bancaria, incluyendo depósitos por encima de los 100.000 euros. La lección que muchos han extraído de la crisis chipriota es que una quita por encima de esa cantidad no ha inducido pánico bancario alguno en otros países. Es probable que en un futuro no muy lejano veamos procesos de reestructuración bancaria caracterizados por fuertes quitas. Hay además un argumento de economía política para justificar este aspecto de la probable unión bancaria que viene. Quizás un ejemplo sirva mejor que ninguna otra explicación. Imagine el lector la hipotética situación en la que un Estado de la eurozona decide, pongamos, la dación en pago retroactiva, imponiendo fortísimas perdidas a sus bancos nacionales, y que luego sea el mecanismo de resolución de la eurozona el que se haga cargo de los bancos en dificultades. El Estado en cuestión desapalanca a las familias endeudadas, algo probablemente muy popular, y transfiere las pérdidas y las necesidades de recapitalización al contribuyente europeo. Una unión bancaria que no implique una transferencia de soberanía que restrinja en mucho la capacidad legislativa de los Estados miembros en todo lo relacionado al mercado bancario y financiero solo es factible si implica fuertes quitas en hipotéticos procesos de reestructuración.El principio organizador de la profundización de la unión monetaria es hacer la reforma estrictamente necesaria de la eurozona que la haga viable bajo la restricción adicional de minimizar las transferencias fiscales entre países miembros. Quitas en la deuda bancaria en hipotéticos procesos de reestructuración bancaria son una fuente de financiación que cuenta con el doble beneficio de incrementar la disciplina de los acreedores y rebajar las posibles transferencias entre países miembros.
Nuevas pruebas de resistencia. Además antes del lanzamiento de la unión bancaria se realizarán nuevas pruebas de resistencia (ahora denominadas revisión de la calidad de los activos) para forzar una recapitalización adicional de los bancos bajo sospecha.
En nuestro caso, nuestros socios intuyen que la timidez en el uso de la línea de crédito para la recapitalización de nuestras entidades financieras tenía dos motivos. El primero constituye ya toda una especialidad hispánica pues hemos cometido este error desde el principio de esta crisis, que es proceder al descubrimiento de las pérdidas y recapitalización con un ojo puesto en el impacto sobre el déficit y el endeudamiento del Estado. Esto, como ha de repetirse una y otra vez, resta credibilidad y efectividad a todo el ejercicio. El segundo motivo detrás del tímido uso de la línea de crédito, sospechan, es minimizar la inyección de capital con fondos públicos y “aguantar” hasta el lanzamiento de la unión bancaria para trasladar a la misma parte de las pérdidas latentes en nuestro sistema bancario. Las nuevas pruebas de resistencia están encaminadas a evitar esta posibilidad.
La mala gestión de la crisis bancaria ha minado la confianza entre los países miembros del euro y esto se traduce en una unión bancaria con limitada solidaridad fiscal y duros procesos de reestructuración, que incluirán fuertes quitas a la deuda bancaria. Hay una relación directa entre la gestión de las crisis bancarias nacionales y la limitada unión bancaria de la eurozona que viene. Veremos si esta unión bancaria es suficiente para estabilizar la eurozona.
Tano Santos es director de la cátedra David L. y Elsie M. Dodd de Finanzas en la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia.

viernes, 28 de junio de 2013

EL IMPERATIVO DEL LIBRE COMERCIO TRASATLÁNTICO

This illustration is by Paul Lachine and comes from <a href="http://www.newsart.com">NewsArt.com</a>, and is the property of the NewsArt organization and of its artist. Reproducing this image is a violation of copyright law.

Alfred Gusenbauer

VIENA – La confirmación de la designación de Michael Froman como representante comercial de los Estados Unidos es buena ocasión para destacar las grandes oportunidades que se derivarían de la firma de un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos y que beneficiarían a ambas partes y al mundo entero.

La economía global se encuentra en este momento dividida en tres niveles (crecimiento al 6% en los mercados emergentes, 2% en Estados Unidos y cero en Europa) y muestra signos preocupantes de parálisis y unilateralismo nacionalista. No pocos prevén el inicio de guerras de divisas.
En semejante entorno global, económicamente incierto y lleno de tentaciones proteccionistas, el logro de un acuerdo de libre comercio entre los dos bloques comerciales más grandes del mundo (que juntos representan alrededor del 40% del PIB global) es más importante que nunca. A lo largo de la historia, el libre comercio y el crecimiento económico han ido de la mano (lo mismo que el proteccionismo y el estancamiento). Una mayor integración comercial entre Estados Unidos y las economías de la UE fortalecería el crecimiento a ambos lados del Atlántico.
Las previsiones hablan de que este año la economía estadounidense crecerá un 2%, a pesar de una reducción del gasto público equivalente al 1,8% del PIB, lo que implica un crecimiento del 3,8% en el sector privado. Tanto la Reserva Federal estadounidense como el Banco Central Europeo han intervenido activamente para impulsar la recuperación económica, pero los resultados no podrían ser más diferentes.
Mientras Estados Unidos pudo controlar la crisis bancaria velozmente y en forma sostenible, Europa todavía anda de rescate en rescate. Además, es obvio que el programa estadounidense de estímulo funcionó (a pesar de las críticas que recibió desde la izquierda por insuficiente y desde la derecha por excesivo). También puede ser que haya ayudado cierta diferencia básica de mentalidad: a la hora de evaluar oportunidades, muchos europeos tienden a sobrevalorar los riesgos.
Sea como sea, Estados Unidos es el primer país de la economía global afectado por la recesión donde los programas de estímulo fiscal se tradujeron en niveles de inversión privada y crecimiento que hacen posible la consolidación fiscal. Ahora, cuanto mayor sea el crecimiento conjunto de Estados Unidos y la Unión Europea, tanto más se beneficiará esta última a partir de la recuperación estadounidense.
La demanda de bienes de fabricación europea aumentará, y los estados miembros de la UE pueden (y deben) alinear sus economías con el crecimiento estadounidense. La historia nos enseña que esperar que Europa sea capaz de recuperarse sola puede resultar engañoso, ya que el ciclo económico europeo casi siempre sigue al ciclo estadounidense y lo refuerza. Por ejemplo, muchos consideran hoy que la posibilidad de una recesión prolongada en Europa es (junto con los recortes presupuestarios) el principal riesgo al que se enfrenta la recuperación sostenida de Estados Unidos.
En la actualidad, el costo laboral en el sector industrial estadounidense es un 25% inferior a la media europea. Pero más importante es la diferencia en el costo de la energía, que es un 50% inferior en Estados Unidos (divergencia que seguramente se ampliará conforme avance la revolución del shale estadounidense).
Esto ha llevado a diversas industrias europeas altamente dependientes de la energía (por ejemplo, fabricantes de vidrio, acero, compuestos químicos y productos farmacéuticos) a hacer grandes inversiones en Estados Unidos. Se trata de industrias que normalmente producen insumos de alta calidad destinados a un posterior procesamiento en Europa; se da el caso de la fábrica austríaca de acero Voestalpine AG, que comenzará a producir pellets de acero en el sur de Estados Unidos que luego serán usados para la creación de aleaciones de alta calidad en Austria.
La combinación del reducido costo de producción estadounidense con la avanzada capacidad europea para la terminación de productos es una receta para fabricar productos de primera calidad a precios competitivos. De este modo, la inversión europea contribuye a la reindustrialización de Estados Unidos al tiempo que asegura la creación de empleos de alta calidad en Europa.
Pero Europa debe esforzarse más en revitalizar su propio sector fabril. El último intento de crear una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (que tuvo lugar durante la presidencia de Bill Clinton) fracasó por la política agrícola (rígida y anticuada) de la Unión Europea. Se necesita un nuevo intento que ayude a Europa a sustituir su política agrícola con una política de investigación y desarrollo que apunte a mejorar la competitividad industrial.
En las cumbres multilaterales se habla mucho acerca de coordinación de políticas, pero lo cierto es que la economía mundial tiene desequilibrios que están provocando un aumento de tensiones. Ahora que muchos buscan la salvación en el nacionalismo, una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos sería un símbolo elocuente de las ventajas de la cooperación para la superación de los desafíos globales.
Hay además otro factor geopolítico que contribuye a cambiar las reglas del juego: la creciente importancia económica de Asia. El impresionante rearme de China demuestra que el poder económico no acompañado de poder militar es un fenómeno transitorio. El centro de atención de la política mundial se está trasladando del Atlántico al Pacífico.
Europa debería saber cuál es su lugar de pertenencia. Un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos fortalecería los lazos políticos transatlánticos y sería la prueba concluyente de que las frecuentes quejas acerca de que Estados Unidos ha perdido el interés en Europa son infundadas.
En su segundo discurso inaugural, el presidente Barack Obama destacó la creación de una zona de libre comercio con la Unión Europea como uno de los proyectos centrales de su segundo mandato, concepto que repitió el secretario de Estado, John Kerry, durante su última visita a Alemania. Ahora corresponde a los países de la Unión Europea con perfil exportador (como Alemania, los Países Bajos, Suecia y Austria) presionar para que se dé una respuesta a la oferta estadounidense de negociaciones.
Europa lleva demasiado tiempo mirándose el ombligo. Sus problemas económicos han puesto en entredicho la capacidad del capitalismo democrático europeo para sobrevivir al desafío económico planteado por regímenes autoritarios y semiautoritarios.
Antes que dejarse estar en medio de dudas y lamentos, yo soy el primero en preferir la toma de decisiones políticas. Con la firma de un pacto comercial transatlántico, las economías de ambos lados del océano se pondrían en correspondencia con los intereses fundamentales de Occidente.

miércoles, 26 de junio de 2013

BRASIL, CONSTITUYENTE Y VENEZUELA

             

Apremiada por una calle caldeada a extremos inusuales e inesperadamente, la presidente de Brasil, Dilma Roussef, entre otras medidas, anunció un plebiscito, no un referéndum, en el que se pediría a los brasileños su parecer acerca de reformas políticas o de una eventual constituyente.
Como se sabe, en estos días que corren, el país vecino ha sorprendido a propios y extraños con enormes manifestaciones que reflejan un malestar larvado, apenas percibido por pocos, y que por lo visto, va más allá del problema del incremento del precio del transporte.
Un debate entre diversos analistas se ha abierto al respecto, el cual persigue escudriñar las causas de esta reacción social, de esta suerte de “cisne negro” político. Surgen comparaciones con la primavera árabe, otras protestas latinoamericanas o las también recientes en Turquía. Pero, sin duda, Brasil tiene su especificidad, aunque haya similitudes con eventos parecidos. Muchos coinciden en que es un estallido de sectores sociales medios que ven su calidad de vida desmejorada por la ralentización del crecimiento económico del país, la inflación, la reducción del consumo, la subida de los intereses bancarios y la corrupción desbordada, todo lo cual contrasta con los enormes gastos de las obras para el mundial de futbol y las Olimpíadas.
Lo cierto de todo este fenómeno es que la señora Roussef ha entrompado el asunto, “la voz de las calles”, planteando, entre otras medidas, una reforma política que atacaría el problema de fondo que, para ella, tendría la democracia brasileña. El medio sería la convocatoria plebiscitaria, cuya constitucionalidad estaría en discusión, a una constituyente.
Apuesta fuerte ésta, preñada de riesgos, incertidumbre y oscuridades, a la que ya le han salido al paso sectores políticos e institucionales de ese país.
Fernando Henrique Cardoso, ex presidente brasileño, por cierto, artífice del modelo económico exitoso de ese país, ha señalado que realizar reformas políticas mediante mecanismos plebiscitarios es propio de “regímenes autoritarios”, y se decanta por un referéndum.
Para los venezolanos y otros países del hemisferio, este mecanismo, en los últimos tiempos, tiene una carga negativa. Se le identifica con un modelo político-ideológico que se ha querido implantar por los representantes el chavismo continental. Conocemos los resultados que ha traído consigo esta fórmula de supuesto recambio. Estas constituyentes han perseguido hacer borrón y cuenta nueva en el estatus quo de varias naciones.
               

Muy cierto también es que con esta experimentación se ha logrado colar el autoritarismo más nefasto. Este modus operandi busca derribar las estructuras de la democracia liberal representativa, para instaurar una democracia participativa, que en el fondo no ha sido otra cosa que autoritarismo colectivista.
En estos días, en Venezuela se ha hecho el mismo planteamiento constituyente, sin que exista, por supuesto, un clima como el brasileño, aunque sí haya una crisis política crónica, potenciada a raíz de unas elecciones cuestionadas, y cuya solución no está resuelta por el máximo tribunal.
Nuestro amigo Enrique Colmenares Finol, desde hace algunos años, ha sido tenaz abanderado de esta idea en nuestro país. Desconozco si su propuesta sigue siendo la misma o ha sufrido ajustes. He oído que sobre sus amplios y acucioso trabajos al respecto, se está impulsando de nuevo la propuesta.
A él le he manifestado que en teoría, dados los desaguisados y entuertos del chavismo, es difícil estar en contra de la idea de hacer reformas político-institucionales, constitucionales, que les permitan al país salir del atolladero y poner la proa hacia senderos sostenidos de crecimiento, desarrollo y bienestar social.
Que el problema, en todo caso, es la viabilidad, la factibilidad, de poner en práctica esa propuesta en las condiciones políticas actuales, sobre todo, cuando vivimos en una permanente presión por los procesos electorales constantes, los cuales, querámoslo o no, nos distraen.
Esto sin dejar de mencionar que sobre una propuesta como ésa, no existe un consenso entre las diversas fuerzas políticas de la oposición democrática. Hay reservas sobre ese mecanismo, por los riesgos que comportaría; el remedio podría ser peor que la enfermedad en un sociedad dividida en dos partes numéricamente casi iguales. Otros lo consideran innecesario, porque habría otras tareas políticas prioritarias, antes de pensar en implementar una idea que consideran valiosa y/o necesaria.
En cualquier caso, estamos, ¡de nuevo!, frente a otro reto electoral importante. ¿Se dedicarían las fuerzas políticas a la promoción de una constituyente teniendo enfrente ese desafío? Si la constituyente es una propuesta válida para Venezuela ¿es posible avanzar en dos frentes a la vez?
Volviendo a Brasil. Es muy probable que la idea constituyente no cuaje allí, no parece haber mucho interés en la sociedad y los sectores políticos e institucionales.
¿Podrá la señora Roussef conjurar las protestas y encauzar la situación? Me inclino a pensar que sí. Ya veremos qué entrega a cambio.
  
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV


martes, 25 de junio de 2013

¿Está próxima Italia a pedir ayuda a la UE?


domingo, 23 de junio de 2013

Las redes de las protestas

Lluis Bassets

                           

20 de junio de 2013
Una nueva forma de hacer política está extendiéndose por todo el mundo, radicalmente distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y de difícil comprensión y gestión para los viejos profesionales del oficio.
Funciona sin líderes y sin contar con la infraestructura, el dinero y el apoyo de grandes partidos y sindicatos mayoritarios. No se asienta sobre estructuras organizativas, centros de mando o coordinadoras con las que dialogar o a las que se pueda desarticular mediante la detención de sus componentes. Tampoco con programas que permitan respuestas políticas, aunque partan de la chispa de una reivindicación clara y popular.
Se expresa en súbitas y masivas movilizaciones urbanas, con ocupación de espacios simbólicos y centrales en las ciudades, que casi siempre pillan por sorpresa a las autoridades y ponen a prueba la capacidad de encaje del sistema establecido, convertido en el adversario designado por los jóvenes decididos a expresar su protesta.
No importa que el régimen sea una dictadura o una democracia pluralista, que el país pertenezca a la elite de los más ricos o sea uno de los emergentes, o que su sociedad sea de cultura cristiana o islámica. En todas partes se evidencia la misma distancia entre la calle y las instituciones; la misma denuncia de la corrupción y del enriquecimiento de unos a costa de otros; el mismo hastío ante una forma de tomar decisiones que comprometen el futuro a espaldas de la gente.
La concatenación de las actuales protestas en Turquía y Brasil ilumina un fenómeno que viene ocurriendo desde 2008 en todos los continentes y en una larga lista de países, cada uno por sus precisas circunstancias, y que tuvo en las primaveras árabes de 2011 su momento más espectacular, hasta conducir a la caída de tres dictaduras en Túnez, Egipto y Libia. En la lista están Irán, Grecia, Portugal, Italia, Israel, Chile, México, Estados Unidos y Rusia, además de los indignados españoles.
Todos estos nuevos movimientos sociales, que vienen a agitar las ideas recibidas y a transformar el paisaje de nuestras sociedades, son parte de una transformación que afecta al entero planeta y ha encontrado en las redes sociales el instrumento organizativo mejor adaptado a las características de los nuevos tiempos.
El poder se está desplazando a ojos vista desde el viejo mundo occidental hacia Asia; pero también en el interior de las sociedades. Emergen unas nuevas clases medias en todo el mundo con demandas crecientes de riqueza, educación, vivienda, consumo y, naturalmente, también de bienestar y libertad individual. Los incrementos de su nivel de vida, lejos de moderar sus demandas, hacen crecer las expectativas e inmediatamente, en cuanto no se cumplen, las exigencias y la irritación.
Esos jóvenes que han accedido a la educación y al trabajo, con frecuencia precario y mal pagado, tienen teléfonos móviles y tabletas con las que comunicar su insatisfacción y organizar la expresión de su protesta. A diferencia de los viejos medios de comunicación, lentos y pesados, estas herramientas son instantáneas, actúan de forma viral, aceleran la protesta y son una forma organizativa en sí mismas. Según su mejor estudioso, el sociólogo español Manuel Castells, crean "un espacio de autonomía", mezcla del ciberbespacio de las redes y del espacio urbano que ocupan, que constituye "la nueva forma espacial de los movimientos en red" (Redes de indignación y de esperanza, Alianza, 2012).
Tan interesantes como los nuevos movimientos son las respuestas que dan los Gobiernos. Ahí es donde ofrece el máximo interés la comparación entre la Turquía de Erdogan y el Brasil de Dilma Rouseff. Mientras el gobierno turco va a seguir con la construcción del centro comercial en el parque Gezi que suscitó la protesta, muchas ciudades brasileñas ya han bajado el precio del billete de los transportes urbanos, ante la presión de un movimiento que quiere transporte gratis.
En uno y otro caso, la reivindicación concreta ponía a prueba la capacidad de absorción de las protestas por parte de los respectivos gobiernos. De momento, el primer ministro turco ha lanzado a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes, los ha denunciado por terroristas y quiere controlar las redes sociales, mientras que la presidenta brasileña ha valorado las manifestaciones como "la prueba de la energía democrática" de su país y ha llamado "a escuchar estas voces que van más allá de los mecanismos tradicionales, partidos políticos y medios de comunicación".
Estos nuevos movimientos sociales organizados en red han demostrado hasta ahora una gran capacidad para mover y transformar el tablero de juego pero muy poca para capitalizar sus éxitos en forma de un poder político que, al final, se juega de nuevo en un escenario electoral y unos parlamentos que les son ajenos. Ahora, de momento, serán determinantes para el rumbo inmediato de la democracia en Turquía y en Brasil.

Turquía, Brasil y sus protestas: seis sorpresas

          Moisés Naim
1. Pequeños incidentes que se hacen grandes. En todos los casos, las protestas comenzaron con acontecimientos localizados que, inesperadamente, se convierten en un movimiento nacional. En Túnez, todo empezó cuando un joven vendedor ambulante de frutas no pudo soportar más el abuso de las autoridades y se inmoló prendiéndose fuego. En Chile fueron los costes de las universidades. En Turquía, un parque y en Brasil, la tarifa de los autobuses. Para sorpresa de los propios manifestantes —y de los Gobiernos— esas quejas específicas encontraron eco en la población y se transformaron en protestas generalizadas sobre cuestiones como la corrupción, la desigualdad, el alto costo de la vida o la arbitrariedad de las autoridades que actúan sin tomar en cuenta el sentir ciudadano.
2. Los Gobiernos reaccionan mal. Ninguno de los Gobiernos de los países donde han estallado estas protestas fue capaz de anticiparlas. Al principio tampoco entendieron su naturaleza ni estaban preparados para afrontarlas eficazmente. La reacción común ha sido mandar a los agentes antidisturbios a disolver las manifestaciones. Algunos Gobiernos van más allá y optan por sacar al Ejército a la calle. Los excesos de la policía o los militares agravan aún más la situación.
Eventualmente destacan algunos de quienes protestan, y son designados por los demás —o identificados por los periodistas— como los portavoces. Pero estos movimientos —organizados espontáneamente a través de redes sociales y mensajes de texto— ni tienen jefes formales ni una jerarquía de mando tradicional.3. Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando. Las movilizaciones rara vez tienen una estructura organizativa o líderes claramente definidos.
4. No hay con quién negociar ni a quién encarcelar. La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de las protestas confunde a los Gobiernos. ¿Con quién negociar? ¿A quién hacerle concesiones para aplacar la ira en las calles? ¿Cómo saber si quienes aparecen como líderes realmente tienen la capacidad de representar y comprometer al resto?
5. Es imposible pronosticar las consecuencias de las protestas.Ningún experto previó la primavera árabe. Hasta poco antes de su súbita defenestración, Ben Ali, Gadafi o Mubarak eran tratados por analistas, servicios de inteligencia y medios de comunicación como líderes intocables, cuya permanencia en el poder daban por segura. Al día siguiente, esos mismos expertos explicaban por qué la caída de esos dictadores era inevitable. De la misma manera que no se supo por qué ni cuándo comienzan las protestas, tampoco se sabrá cómo y cuándo terminan, y cuáles serán sus efectos. En algunos países no han tenido mayores consecuencias o solo han resultado en reformas menores. En otros, las movilizaciones han derrocado Gobiernos. Este último no será el caso en Brasil, Chile o Turquía. Pero no hay duda de que el clima político países ya no es el mismo.
6. La prosperidad no compra estabilidad. La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos. La economía de Túnez ha sido la mejor de África del Norte. Chile se pone como ejemplo mundial de que el desarrollo es posible. En los últimos años se ha vuelto un lugar común calificar a Turquía de “milagro económico”. Y Brasil no solo ha sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Esta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que alienta otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable.
Y esa brecha, que produce turbulencias políticas, también puede ser transformada en una positiva fuerza que impulsa el progreso.
Sígame en Twitter @moisesnaim

sábado, 22 de junio de 2013

FORO MERCOSUR DEL INSTITUTO PARLAMENTARIO FERMIN TORO  (19-6-2013)


PONENTES: EDUARDO GÓMEZ SIGALA, FELIX ARELLANO, EMILIO NOUEL Y EDUARDO PORCARELLI. MODERADOR: OSCAR HERNANDEZ BERNALETTE.

lunes, 17 de junio de 2013

LA CORRUPCIÓN: ENTRE LA DESLEALTAD Y EL DERRUMBE

                                         


"La corrupción pone de manifiesto la falta de aceptación de reglas importantes de la democracia. El sistema democrático es vulnerable a la corrupción porque no acaba de generar suficiente confianza"

                                                           Albert Calsamiglia

Viniendo de quien viene, ese llamado reciente a combatir la corrupción no puede producir mas que risa, comentarios burlones y descreimiento absoluto, sobre todo, por saber lo que sabemos. Y aun más carcajadas suscita la creación de una policía secreta anticorrupción, la Maduropol,  según el amigo José Luis Farías.
Nunca antes en la historia patria, desde que el “Autócrata Civilizador”, símbolo máximo del gobernante corrompido por excelencia, regía los destinos de esta tierra de gracia, la descomposición moral y administrativa gubernamental había alcanzado las cotas a que ha llegado en los años recientes.
Los casos de personajes que hace diez años eran casi pobretones de solemnidad y que han devenido en potentados y magnates de los negocios y las finanzas a la sombra del Estado petrolero, no son pocos; muchos están dentro del gabinete ministerial y su entorno. Historias tan estrafalarias como grotescas protagonizadas por los nuevos ricos, hoy animan las tertulias familiares y de amigos a lo largo y ancho del país.
En Venezuela se ha producido, pero con mayor rapidez, lo que en la China, con los llamados “príncipes”, descendientes de los líderes de la revolución comunista, convertidos en la actualidad en grandes multimillonarios. En nuestro caso, PDVSA, principalmente, ha sido la fuente de enriquecimiento de los “boliburgueses”. Contratos de transporte, seguros, suministros, divisas y emisiones de bonos han vuelto a unos cuantos grandes magnates, propietarios de lujosos inmuebles dentro y fuera del país, joyas y vehículos, caballos de carrera, medios de comunicación y pare usted de contar antes de que se vaya en vómito.
Ciertamente, la corrupción en el poder no es un fenómeno nuevo, ni los venezolanos somos los únicos que la padecemos. Es una lacra universal. En todas las latitudes se cuecen habas, países desarrollados y emergentes. Ninguno se salva, tampoco ningún sector político.
Soy de los convencidos de que es imposible acabar con ella de forma total, pero hay formas técnico-legales de llevarla a niveles mínimos "tolerables" para la sociedad. Somos seres humanos, por tanto, imperfectos. Siempre, y hasta el Juicio Final, habrá quienes que de una u otra manera sucumbirán a la tentación del tráfico de influencias, el fraude, el soborno, la extorsión y el peculado. Y no solamente en el ámbito público. En los negocios privados también se da el fenómeno, aunque con la ventaja de que no se hace con los dineros de todos.
En el fondo, la corrupción comporta, contiene, una deslealtad con la organización a la que se pertenece. Esto muy bien lo ha señalado Albert Calsamiglia, experto en este asunto.  
Cuando se ostenta un cargo en una institución pública o privada, ser desleal significa infidelidad con ella y sus integrantes. Es traicionarla, engañarla; es ser falso, hipócrita y no transparente, porque se pone delante el beneficio individual en detrimento de aquella, todo bajo un manto secreto.
Pero también es mostrarte ingrato con la que te ha dado una posición y confiado un encargo para que lo cumplas de acuerdo con ciertas reglas, porque, a fin de cuentas, con ello se favorecerán todos sus miembros.  
Cuando se es servidor público, la deslealtad opera contra toda la sociedad; es ella la que se perjudica, en especial, los más necesitados. Está más que demostrado que el dinero que se va por los desaguaderos de la corrupción gubernamental, es dinero arrebatado a las obras y planes sociales dirigidos a quienes están desamparados en nuestra sociedad. Son menos escuelas, liceos y universidades públicas; hospitales; obras de infraestructura y servicios de seguridad.  No son los ricos los afectados. 
La palabra corrupción, de por sí, es algo terrible y también terrorífico, aunque de tanto usarla, como dice Alain Etchegoyen, la hemos banalizado. Ella alude a una muerte cercana, a una destrucción que se acerca. En una situación de corrupción hay algo que se ha roto, dañado, y ha comenzado a descomponerse. No es la muerte, es el movimiento hacia ella. 
Los filósofos, como Montesquieu, decían que la corrupción evidencia cómo se está degradando un gobierno o perdiendo una república. 
En nuestro país, lo que hemos visto y estamos observando es una pandemia de inmoralidad gubernamental que está quebrando, rompiendo, los cimientos de un régimen político que se dirige hacia su propia destrucción. Los riesgos de anomia y caos políticos son enormes. Y todos, sin excepción, podemos ser arrastrados y tragados por ese proceso demoledor. 
Las fuerzas democráticas, conscientes de esta grave situación, tienen el deber de arbitrar las fórmulas políticas para sacar adelante el país antes de que lleguemos a ese desastre que se perfila a la vuelta de la esquina. Los más conscientes y decentes partidarios del oficialismo deberían igualmente tomar cartas en este asunto. La primera víctima será la democracia.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com


  

miércoles, 12 de junio de 2013

                     DERECHA, IZQUIERDA Y EL GRAN MAELO

                                                    

La BBC ha titulado, en relación con el encuentro entre el presidente peruano y Barack Obama: “Humala, ni de izquierda ni de derecha”, y en el texto de la nota se dice que el llamado “Chavez peruano”, podría ser catalogado de “centro pragmático”, habida cuenta de la política adelantada estos años, que ha colocado a su país entre los que más crecen y se desarrollan en la región.
El rótulo de la BBC es muy sugerente y con seguridad dará pie a muchos análisis.
A propósito, y que me corrija Cesar Miguel Rondón o Reinaldo Rásquin, pero recuerdo una frase de una de las canciones del Sonero Mayor, Maelo, conocido en los bajos fondos como Ismael Rivera, en que el cantante dice que su música no está a la derecha ni a la izquierda, sino en el  centro de un tambor bien legal.
Si en la evocación anterior no yerro, ella me permitirá hacer algunos comentarios sobre ese parteaguas político tajante que nos sigue determinando a la hora de caracterizar a la gente.
Como es sabido, el de derecha es comúnmente catalogado de personaje, por definición, malvado, elitista, conservador, facho, retrógrado, pitiyanqui, partidario del capitalismo salvaje y amigo de los ricos. Al de izquierda le acompaña una calificación muy favorable: está con el progreso de la humanidad, quiere al pueblo y su bienestar, es popular, socialista, antiimperialista, no tiene defectos, porque ser de izquierda lo dice todo, le da superioridad moral sobre el primero.
Así, atribuir a alguien una condición de derechas es echar sobre él el sambenito de que es mala gente, enemigo de todo lo bueno. Decir de alguien que es de izquierda es extenderle un pasaporte de bonhomía, de prestigio político.
Los contenidos de esta división política, a mi juicio, son engañosos, simplemente, porque no se corresponden necesariamente con la realidad, en cada caso concreto. No pocos que se dicen de izquierda son conservadores de pensamiento. Y algunos de derecha se identifican con ideas muy modernas. 
Sabemos de dónde viene esta clasificación; de la Asamblea Constituyente durante la Revolución francesa, en la que las facciones políticas en competencia se sentaban a un lado y otro del recinto. De cara al Rey, los más radicales a la izquierda y los moderados a la derecha.
Y esta división se ha mantenido hasta el día de hoy coloreando las apreciaciones politicas.
A mi juicio, mantener esa línea divisoria, ese dilema, en el presente, no tiene sentido alguno, es un anacronismo sobre todo cuando hablamos de problemas prácticos de nuestras sociedades.
Enfoques y políticas que en tiempo pasado eran consideradas de derechas, de liberal-conservadoras, hoy son asumidas sin  mayores miramientos, por los que se llaman de izquierdas. Los liberales, en funciones de gobierno, han incorporado a sus propuestas, medidas de carácter social contempladas en programas de izquierdas.
De modo que tales compartimientos ideológicos estancos se han ido diluyendo progresivamente. Los fundamentalismos y dogmatismos conspiran contra las soluciones prácticas que exige el mundo actual. No es raro encontrar un socialista que defienda el mercado capitalista o un liberal que reconozca la necesidad de programas sociales.  
 ¿Acaso Deng Xiaoping no dijo que ser rico es glorioso, una blasfemia viniendo de un comunista?
Por otro lado, el socialdemócrata Tony Blair declaró en una ocasión que no hay política económica de izquierda o de derecha, sino políticas económicas que funcionan y otras que no.  
Visto lo visto, quien escribe estas líneas tiene razones suficientes para acompañar al filósofo polaco Leszek Kolakowski, quien, al ser inquirido sobre si él, políticamente hablando, era de derecha o de izquierda, respondió al periodista que estaba en un punto a la extrema derecha de la socialdemocracia y a la extrema izquierda del neoliberalismo, es decir, en el mero centro ideológico. Ubicación político-topográfica, como habría dicho el historiador venezolano Manuel Caballero, que equivaldría al centro del tambor bien legal del que hablaba nuestro admirado salsero portoriqueño, Maelo, que Dios tenga en la gloria.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV

emilio.nouel@gmail.com

martes, 11 de junio de 2013

                        EL CAPAGATOS DE CHÁVEZ 

                                     

En tertulias políticas a las que asistí en los últimos años, siempre estuve en minoría cuando se hablaba de las andanzas del señor Diosdado Cabello. Observaba yo entonces, en contra de la opinión mayoritaria, que a la chita callando, él estaba acumulando poder político y financiero, doblando la cerviz ante el caudillo cuanto fuere necesario, aguantando regaños y humillaciones sin chistar, sometido a sus dictados y caprichos cual perro fiel, haciendo lo que le ordenara y para lo que hiciera falta.
Me decían mis contradictores: fíjate, lo mandaron de candidato a Monagas; en el PSUV no sacó los votos necesarios para ser directivo, no lo quieren ver ni en pintura por corrupto, y así, unos cuantos alegatos más que abonaban la posición que decretaba prácticamente el declive inexorable del que llaman hoy “El magnate de El Furrial”.
Sin embargo, el personaje luego fue nombrado Ministro en un despacho que maneja grandes recursos financieros; primer vicepresidente de su partido y más tarde presidente de la Asamblea Nacional. Cual dirigente chino que en la época de la Revolución Cultural fue enviado a campos de reeducación, Cabello “resurgía” como ave fénix.
Por lo visto, el hombre no estaba condenado al ostracismo, tal y como afirmaban mis contertulios.
Mi opinión no era producto sólo de elucubraciones o conjeturas, eran muchas las informaciones que se recibían por distintos vericuetos de la vida cotidiana, que contradecían la supuesta minusvalía política o desgracia en la que habría caído Cabello, todo lo contrario estaba sucediendo.
Cabello, como se sabe, se moviliza con un cortejo nutrido de vehículos y espalderos mal encarados y bien artillados. Las medidas de seguridad que lo rodean son extremas. Dicen que hasta dispone de artilugios técnicos avanzados para interceptar las llamadas que vayan dirigidas a inmuebles dentro del perímetro geográfico en que se encuentre. 
El presidente de la Asamblea se cuida y muy bien. Él sabrá los callos que ha pisado, sobre todo, los de su propio partido, en el que muchos y encumbrados no le quieren bien.
En estos días anda de viaje, haciendo “diplomacia”. Y todos nos preguntamos a santo de qué, si ésa no es su función. ¿Qué fue a hacer a Cuba 3 días? Seguirá a Rusia y China. ¿Será que no se quiere quedar atrás, mientras su contendor interno, Maduro, va a reunirse con Francisco I?
¿Será que a los cubanos, para curarse en salud, no les quedó otra que reconocerle su peso determinante en el post-chavismo y entre los militares? Rusos y chinos ¿habrán hecho el mismo cálculo?
Lo cierto de todo es que el personaje de marras se ha convertido en factor fundamental en la situación política actual. Y habrá que seguir con cuidado sus pasos. Dispone de enormes recursos materiales y de poder de fuego. Es un caradura que administra muy bien su discurso radical para el público de galería.  
Antes de que se despidiera el finado caudillo, se me ocurrió en cierta ocasión hacer una comparación de Cabello con Juan Vicente Gómez, cuando este último era el segundo del Cabito Castro.
Muchos conocen la anécdota. Doña Zoila de Castro, primera dama de entonces, dicen que llamaba al Vicepresidente de la República, a la sazón el general Gómez, para que le capara unos gatos que tenía en casa, que la molestaban con sus bochinches con las gatas. Y el señor general, ni corto ni perezoso, y para complacer nada menos y nada más que a la esposa de su compadre presidente, cumplió con el cometido degradante, sin rezongo alguno.
Todos saben cómo finalizó esa historia de traición entre compadres.
Mutatis mutandi, como acostumbran decir los letrados, hay ciertas semejanzas entre aquella historia y la presente. La traición nunca la pudimos ver en vida del caudillo, suerte de “Cabito del siglo XXI”, desaparecido de la escena, como sabemos, por muerte natural. Pero la traición a su memoria y obra -Mario Silva dixit- estaría teniendo lugar en manos de él.
En cualquier caso, ellos son rojos y se entienden; o más bien, se desentienden, sobre todo, si advertimos la sorda y cruenta disputa que protagoniza una federación de grupos cada uno salvaguardando sus intereses, y luchando por el reparto de la herencia política del finado, así como del gordo botín petrolero,.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV

emilio.nouel@gmail.com

martes, 4 de junio de 2013

              DIPLOMACIA TAPA AMARILLA

                                     

Se conoce ampliamente qué denota tal expresión en el habla popular: producto de mala calidad, falsificado, copia mal hecha, y así, un sin número de significados, la mar de  peyorativos todos.
No hay que darle muchas vueltas al asunto. El encapuchado tirapiedras que aparentemente regenta lo que queda de una destartalada cancillería, reiteradamente ha demostrado que su mira, con mucho, no trasciende los confines geográficos de la Cortada del Guayabo. Su  universo cognoscitivo y vital no va más allá del alcance de una pedrada, y nunca mejor dicho.
La  patética performance en varios asuntos de la competencia de ese ministerio, revela la incapacidad sin par para el cargo que ostenta. La “diplomacia” de Jaua, que es la misma de su finado jefe, no nos queda la menor duda, es un producto pirata, de deleznable calidad -si es que tiene alguna- cuyo efecto claro es la lesión reiterada a la imagen del país, de por sí bien quebrantada desde los tiempos de Chávez.
Y esto es un asunto de no poca monta que debería inquietarnos como venezolanos, a pesar de que en los últimos tiempos nos han querido acostumbrar, como si fuera algo irremediable, a la mediocridad de los que están al frente de las palancas de mando del Estado venezolano.
Ésta de la Cancillería, es otra de las grandes desgracias que nos han caído encima en los 3 últimos lustros, y el incidente reciente con Colombia es la reincidencia en una conducta caracterizada por la novatería y la carencia de todo profesionalismo.
Los que han pasado por ese despacho ministerial en estos años no han hecho otra cosa que destruirlo progresiva y sostenidamente. En ejecución, contenidos y formas, es lamentable su record. 
Y no es que en ese Ministerio, antes de la llegada de la barbarie roja, todo caminara a las mil maravillas. Defectos importantes tenía, pero que vistos hoy en perspectiva y comparados con el desastre actual, aquel era una institución muy superior en todos los sentidos y aceptable dentro de los parámetros básicos para este tipo de entes.
Las historias sobre episodios cotidianos de lo que allí ocurre en la actualidad, contadas por funcionarios de anteriores gobierno que aún se mantienen, son de bochorno. La ignorancia sobre los asuntos internacionales campea, el desprecio por el correcto cumplimiento de las necesarias formalidades que toda actividad diplomática impone, es notorio a todo nivel; la calidad del trabajo es gris; el funcionario que ingresa no tiene la preparación requerida, entra avalado sólo por el carnet partidista, y así muchos otros aspectos lastimosos, que en su conjunto configuran un cuadro administrativo desastroso en un área que en el mundo de hoy es atendida con el mayor cuidado por la mayoría de los países.
¿Qué puede esperarse de parte de individuos ayunos de experiencia y conocimientos sobre este sector tan capital para nuestro país, distinto de las reacciones improvisadas, ideologizadas y pueriles, nocivas a los intereses de la Nación, que hemos visto?
La política exterior de un país y su brazo administrador son asuntos serios. No se puede dejar en manos de personas sin conciencia de la importancia de la misión primordial que les ha tocado, y cuyas cabezas estén pobladas de toda suerte de cucarachas ideológicas. Sin embargo, eso es lo que hoy sucede en la Casa Amarilla.
Nuestro país continúa haciendo el ridículo y convertido en el hazmerreír de las cancillerías del mundo, con sus historias paranoicas de supuestas conspiraciones,  magnicidios, invasiones e inoculaciones de veneno con rayos láser.
El papelón del inefable Chaderton en la reunión de la OEA en Guatemala y antes, la reacción desproporcionada e impropia frente al encuentro de Henrique Capriles con el presidente Juan Manuel Santos, son evidencias concluyentes de lo que estamos comentando.  
Si a esto le agregamos que en Venezuela pareciera que no hay un conductor político indiscutido al volante del carro del poder, y que sean varios los voceros oficiales del país de cara al mundo, como ocurrió en el impasse con Colombia (Diosdado, Maduro y Jaua), el panorama resulta desolador y preocupante.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV

emilio.nouel@gmail.com