martes, 30 de abril de 2013


LA TIRANÍA CUBANA Y LA UBRE PETROLERA VENEZOLANA

                                

Juzgar la ejecutoria general que tuvo el gobierno de Hugo Chávez implica también denunciar la forma contraria a los intereses nacionales que mostró en el manejo de las relaciones económicas del país con otras naciones.
La conducta que adelantó en este campo y que -parece- seguirá su sucesor, sin duda, es un tema de relevancia, por sus efectos concretos en la vida venezolana.
Tal proceder, a nuestro juicio, nefasto, ha tenido lugar en el marco de un cambio de las opciones estratégicas en materia de política internacional, el cual trajo consigo consecuencias negativas para los intereses nacionales, toda vez que ha significado una sangría de recursos hacia el exterior en nuestro detrimento.
En estos días, Maduro se ha reunido con sus tutores, los tiranos de Cuba, dizque para revisar la marcha de la alianza estratégica que mantienen los dos países.
Se ha señalado que en esta ocasión (XIII reunión de la Comisión Intergubernamental Cuba-Venezuela), fueron suscritos un Memorándum de Entendimiento para la concertación y adopción de agenda económica a mediano y largo plazos y 51 proyectos. Se habla allí de una inversión conjunta de 2.000 millones de dólares para el desarrollo económico, industrial, cultura, educación, transporte y producción de alimentos.
Pero ya sabemos quiénes serán los que pondrán los reales, y quiénes a la larga los perjudicados.  
Con Cuba, los compromisos han sido muchos, poco transparentes y alcanzan montos significativos, sobre todo, por concepto de petróleo. En éstos las ventajas y liberalidades de que goza ese país son escandalosas. A partir del Convenio Integral de Cooperación firmado en el año 2000, las relaciones comerciales entre ambos países se impulsaron con intensidad. Se ha señalado que para el 2010 existían 175 proyectos conjuntos en distintas áreas.
Para el período 2005-2010, el gobierno venezolano anunció un gasto, según datos de Centro de Investigaciones Económicas (CIECA), de 34.400 millones de dólares dirigido a Cuba. En este intercambio de petróleo por servicios, se desconoce la fórmula para establecer el valor de los últimos (médicos, asesores deportivos, servicios educativos, etc). El gobierno admite que en nuestro país están instalados alrededor de 45.000 cubanos, viviendo de la ubre petrolera.
No es un secreto que el gobierno venezolano hace compras en el mercado internacional a través de empresas cubanas, las cuales perciben comisiones o ganancias (sobreprecios) por hacer la triangulación. Venezuela envía a Cuba alrededor de 110 mil barriles de petróleo diarios, y participa en la modernización de la Refinería de Cienfuegos. Estas ventas de petróleo son subsidiadas y los pagos diferidos. El 50% de ellas tienen un financiamiento a 25 años a un interés del 1 %. Esta extrema generosidad de Venezuela, le permite a Cuba, además, la asombrosa posibilidad de exportar….petróleo. En 2008, el petróleo refinado fue el segundo rubro de exportación de la isla; vendió la suma de 880 millones de dólares al mercado mundial.
Fuentes oficiales cubanas señalan que en 2008, los ingresos recibidos por concepto de servicios de salud a Venezuela alcanzaron la cifra impresionante de 6.460 millones de dólares. La ayuda económica a Cuba en 2009, fue calculada en 8.000 millones de dólares, equivalente al 14% del PIB cubano. (Ver: Rolando H. Castañeda: “La ayuda económica de Venezuela a Cuba: situación y perspectivas ¿Es sostenible?” http://cubasource.org/pdf/venezuelacuba_castaneda_asce.pdf.).
Si se suman esas cantidades más las que desconocemos, la transferencia sin contrapartida de nuestros recursos es de dimensiones impresionantes. Porque hay que decirlo: no sólo se habla de ese regalo de recursos petroleros, se oyen ya cosas peores que apuntan a nuestras reservas en oro, que ojalá no sean ciertas, aunque de los desalmados que nos gobiernan se puede esperar cualquier disparate.
Pero el estropicio no solo es el “chupa que chupa” la ubre petrolera venezolana. Viene acompañado de un sometimiento político que mancilla la soberanía nacional y el honor de quienes lo permiten. Nunca antes un gobierno venezolano había llegado a tales extremos de vasallaje frente a una autoridad extranjera, como el que tenemos en la actualidad.
Está claro que el gobierno cubano, mientras se encamina hacia otros derroteros político-económicos y relacionamientos externos, aprovechará la estupidez ideológica del chavismo. Ésa ha sido su conducta parásita siempre, y los rusos la conocen muy bien. Son gorrones de la política que se encontraron con un hatajo de pendejos un día, y los han sabido esquilmar en su provecho.
Esta afrentosa, ruinosa y degradante relación la cambiaremos las fuerzas democráticas. Nuestro país y sus necesidades están primero.

Emilio Nouel V.
@ENouelV

lunes, 22 de abril de 2013


LOS ESTRAGOS DE TODA REVOLUCIÓN CON VOCACIÓN TOTALITARIA

             




“¿Por qué tienen que morir las hojas, allí donde vamos nosotros?”
                  Una escritora comunista

¿Qué fue lo que nos alejó de las utopías sino la barbarie de quienes
pretendieron llevarlas a la práctica?

                       Jean Daniel



Entornos políticos viciados como el que vivimos en Venezuela desde hace casi tres lustros, han sido experimentados, mutatis mutandi, por otras naciones en diversas épocas históricas.

El derrumbe de instituciones laboriosamente concebidas y establecidas, una anomia progresiva, un quiebre económico sostenido y una degradación moral extendida han caracterizado estas situaciones disfuncionales y absurdas. Algunos países han logrado salir relativamente rápido de ellas, con el menor costo en vidas y bienes. Otros han padecido largos periodos, décadas interminables y ominosas, de destrucción del tejido social y de seres humanos.
La puesta en práctica de utopías destructoras no escatimó esfuerzos en su tarea demencial de instaurar la barbarie, incluso en sociedades que habían alcanzado las más altas cotas culturales y científicas de su tiempo.
                           

En esa faena demoledora de civilización y convivencia pacífica, se han destacado los totalitarismos fascistas y comunistas que en el mundo han sido.
Cuando se creía que regímenes como ésos ya no volverían a aparecer sobre la faz de la tierra -¡Fukuyama te precipitaste!- la historia vuelve a hacernos una trastada; una voltafaccia que si no es enfrentada por los demócratas del orbe, con firmeza y convicción, podríamos vernos ahogados nuevamente en un pozo profundo de ruina, desesperanza y pesimismo.
El filósofo francés André Glucksmann escribió hace unos años que frente a un comunismo que se pierde, aparecen diez creencias mortíferas. Y agrego yo: surgen también mutantes de las viejas ideologías autoritarias, todas cargando con su correspondiente fe totalitaria y fanática.
En Venezuela tenemos un ejemplo claro de estos fenómenos políticos mutantes. Mezcla repugnante y tropicalizada de lo peor de los regímenes autoritarios conocidos, disimulada detrás de un antifaz de democracia.
En estos días, los venezolanos, en su larga y áspera lucha contra una esa  expresión política, por naturaleza, similar a las referidas, vemos reeditadas las mismas prácticas totalitarias. Sin ningún pudor, se manifiestan abiertamente, a los cuatro vientos. El presidente de la Asamblea Nacional dice que mientras él esté allí no permitirá hablar a la oposición democrática y un Ministro declara que le importa un bledo la ley laboral. Se amenaza y persigue a funcionarios públicos sospechosos de no haber votado por el candidato de gobierno. Mientras, al gobierno el mundo lo observa y se escandaliza. Se induce a la gente a delatar al vecino. Qué se puede esperar de un gobierno que pisotea el ordenamiento jurídico nacional, y se mofa de la normativa internacional sobre democracia y derechos humanos.
Estas manifestaciones tiránicas nos hacen recordar pasajes de la autobiografía del escritor húngaro Arthur Koestler en su viaje por la ex Unión Soviética staliniana, que resulta oportuno citar.
Entonces, Koestler, era un militante comunista eufórico, que después de conocer el monstruo, escribe: “Fui hacia el comunismo como quien va hacia un manantial de agua fresca y dejé el comunismo como quien se arrastra fuera de las aguas emponzoñadas de un río cubiertas por los restos y desechos de ciudades inundadas y por cadáveres de ahogados”.
Más dramáticas y descriptivas no podrían ser estas palabras, que dibujan crudamente la sociedad que encontró en su búsqueda de la utopía, que decían se habría hecho carne en la vieja Rusia.
Koestler sigue: “Sabían que la propaganda oficial era un saco de mentiras, pero la justificaban atendiendo al hecho de que se dirigían a las ‘masas atrasadas’ (…) Se sentían asqueados por las adulaciones que se dirigían a Stalin, pero las justificaban explicando que el campesino tenía necesidad de un nuevo ídolo para reemplazar en sus paredes al ícono (…) el espíritu comunista llegó a perfeccionar tanto las técnicas del autoengaño como las técnicas de la propaganda dirigida a las masas”.
Sobre la situación económica cuenta: “las tiendas de la cooperativas, que, según era de suponer, tenían que suministrar a la población los artículos de primera necesidad, estaban vacías (…) en ninguna parte podían comprarse botas o vestidos, no había papel para escribir a máquina, ni papel carbón, ni peines, ni cacerolas…(…) cuando se sabía que había llegado a una tienda algún artículo de venta, la noticia se difundía enseguida, todo el mundo se lanzaba a comprar cepillos de dientes, jabón, cigarrillos, sartenes….allí donde la gente veía una cola, se precipitaba a formar en ella (…) cuando la cola era tan larga, la gente del extremo que no tenía idea de lo que ese estaba vendiendo, se divertía tratando de adivinarlo o haciendo correr rumores”.
Koestler, además de evidenciar el desastre económico al que habían llevado las políticas colectivistas, recuerda también que Lenin habría dicho que “Todo bolchevique tiene que ser un chekista”. La Cheka, para los que la desconocen, era una organización represiva para combatir las actividades contrarrevolucionarias, que fue replicada en la revolución cubana en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). De este modo se estimulaba perversamente a la gente para que delatara a los opositores al régimen.
Cualquier parecido de lo que ocurre o podría ocurrir en Venezuela con lo relatado por Koestler en 1932, no sería pura casualidad. Ideologías demenciales como la bolchevique y la que ha pretendido imponerse en nuestro país, producen los mismos resultados.

                         
Las fuerzas democráticas venezolanas, con su atinada estrategia, han podido poner a raya al autoritarismo bananero chavista, a pesar de que la acción fascista de intimidación y persecución de opositores ha seguido su curso.  
Los demócratas venezolanos han avanzado un trecho enorme; hoy, después del triunfo politíco del 14-A, son más fuertes y quizás tengan ya el respaldo mayoritario de la población.
Afortunadamente, tenemos un liderazgo moralizado y valiente, que está dispuesto a impedir que se termine de entronizar en nuestro país un régimen catastrófico, similar al que nos cuenta con honda y justificada decepción Koestler.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV



jueves, 18 de abril de 2013


     SIN DIÁLOGO SOLO QUEDA EL PRECIPICIO

                           






Muchos observadores internacionales de la realidad post-electoral venezolana, habida cuenta de los resultados estrechos del 14-A y de las denuncias formuladas por el líder de la oposición venezolana, Henrique Capriles, que ponen en duda a aquellos, están altamente preocupados por el peligro de que en Venezuela pudiera producirse un choque de trenes que, de persistir el rechazo a procesar el reclamo de la oposición democrática, todos podríamos lamentar.
El ambiente tenso que se ha vivido en los días que corren, sin duda, justifican tales alarmas. Sobre todo, cuando presenciamos acciones de corte fascista que el gobierno ha perpetrado, violando garantías fundamentales de los venezolanos que han salido a protestar legítimamente, haciendo ejercicio de los derechos que le confieren la Constitución y las leyes.
Hemos visto estos días cosas inimaginables en un país civilizado. El horrible hocico del fascismo tropicalizado se ha hecho presente nuevamente. El presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, haciendo gala de su proverbial talante autoritario, militarista y primitivo, niega el derecho de palabra a los parlamentarios porque no hacen lo que él quiere. Insólito, nacionales y extranjeros lo vieron escandalizados.
Se ha visto a cuerpos policiales y militares reprimir y maltratar salvajemente  a jóvenes por el solo hecho de protestar por los desaguisados electorales denunciados. Dicen que ni los empleados públicos se han salvado de esta razzia enloquecida de aterrorizados oligarcas de una revolución perdida.
Como se sabe, un sin número de irregularidades fueron detectadas en las elecciones presidenciales recientes, las cuales envuelven tal cantidad de votos que podrían modificar eventualmente el resultado emitido de manera oficial por el CNE.
El gobierno y el CNE se negaron de arrancada a revisar tales hechos, y de inmediato, sin mediar ninguna consideración, proclamaron un ganador de la contienda.
Obviamente, este grave asunto va más allá de lo estrictamente jurídico. Y la solución posible obliga a hacer consideraciones de carácter político.
No es un secreto el enconado enfrentamiento al interior de la federación que conforman los distintos grupos de interés chavistas. La contienda electoral ocultó la guerra a cuchillo que allí tiene lugar. Maduro apenas controla una facción minoritaria que no determina el curso de los acontecimientos en el gobierno ni en el partido. De ninguna manera lidera al chavismo, no sólo por sus notorias y amplias carencias personales, sino también porque no tiene fuerza real para influir.  Está sometido a una claque militarista apoyada por la tiranía cubana y algunos gobernantes alcahuetes de Latinoamérica, que una vez borrado el recuerdo de Chávez y su testamento, con seguridad, lo pondrán de lado. Su futuro político es incierto; y esta inseguridad es potenciada, además, por el proceso de decadencia acelerada del chavismo, evidenciada en la caída estrepitosa de su votación el 14-A. (700.00 votos menos en pocos meses). El kino que se ganó en diciembre lo ha dilapidado a la velocidad del rayo.
Esta situación plantea un gobierno muy débil para acometer los graves problemas económicos y sociales que ya se asoman en el horizonte próximo.
Enfrente está un liderazgo indiscutible y claro, que viene en franco ascenso en el fervor popular. Una fuerza moralizada, compacta y corajuda, no solo preparada para hacer cara a los asuntos políticos coyunturales, sino también para asumir con propuestas programáticas, los desafíos que el país confrontará en los distintos órdenes de la vida nacional o en sus relaciones con el mundo.
El país está, en términos políticos, dividido en dos grandes porciones, que están obligadas a reconocerse y entenderse, sobre la base de las reglas que están consagradas en la Constitución y las leyes de la República. Si no lo hacen, sólo queda el barranco por delante.
Hasta el cansancio, las fuerzas democráticas han manifestado su disposición al diálogo y al reencuentro de todos los venezolanos. No ha sido la posición del gobierno la misma. Él ha pretendido imponernos a la brava su visión de país, pisoteando la constitución, las leyes y la voluntad popular.
Si está dispuesto a sentarse a conversar que tenga claro que los demócratas venezolanos no estamos dispuestos a consentir más atropellos, marginaciones o exclusiones. Tenemos nuestra fuerza, la mitad del país, y debe ser reconocida y respetada. No vamos a tolerar imposiciones por encima de la Ley. Reconocemos a los que nos adversan y piensan distinto a nosotros, tienen derecho a ello. Pero también queremos participar, ser oídos, y ejercer nuestros derechos sin que se nos persiga por ello, nos insulten o pretendan humillarnos. Queremos trabajar, producir y crecer en libertad en y para nuestro país. Tenemos derecho a decidir sobre los asuntos de carácter nacional, los económicos, los políticos, los legales e internacionales.
El país es de todos, y representamos la mitad de él. Que se asuma esta evidencia incontrovertible. Los de oposición democrática existimos y somos venezolanos.
Si no se acepta esa realidad, difícilmente podamos dialogar y resolver los graves problemas que tenemos y los que ya se dibujan en el corto plazo de manera amenazante.
La comunidad internacional espera que nos acordemos en paz sobre el tema de las irregularidades electorales denunciadas. Nosotros, igualmente. De una solución consensuada y ajustada a la ley de este problema, y de tantos otros dependerá la paz. La inestabilidad de nuestro país es también la de los vecinos, como la de ellos es la nuestra. Razón fundada tienen los que se preocupan en el exterior por Venezuela.
Sin diálogo solo queda el precipicio de la violencia, que solo los irresponsables desean.


EMILIO NOUEL V.
@ENouelV


martes, 16 de abril de 2013

VENEZUELA: CERO MIEDO, MUCHA ESPERANZA y SOBRADO CORAJE



Henrique Capriles ha librado una contienda electoral ejemplar, a pesar de las asimetrías, adversidades y obstáculos institucionales puestos en su camino por un gigantesco aparato estatal, cuyos recursos materiales fueron volcados sin pudor e ilegalmente, hacia una candidatura presidencial.
Una corrupción gubernamental de vómito ha sido el signo de la campaña electoral que acaba de finalizar. El despilfarro ha sido descomunal, comparado sólo con el enorme que Maduro ha hecho del legado político que extrañamente le dejó el finado caudillo. El kino político que se ganó en Diciembre, como se dice popularmente, “se lo bebió y se lo comió”, se le ha ido esfumando aceleradamente, y todo indica que seguirá mermando en sus manos, lo cual tiene alarmados a sus compinches circunstanciales (Dicen que el magnate de El Furrial no deja de frotarse las manos cada vez que se dan las reiteradas metidas de pata del interfecto). La división se profundiza en la federación de grupos de interés que conforman el chavismo decadente. Allí, ya comienzan a aflorar fuertes cuestionamientos a su conducción política. Muchos se sienten derrotados el 14A.
No obstante, y poniendo la pelea de alacranes rojos a un lado,  la mitad y más del pueblo venezolano no se arrodilló ante aquel abuso. La barbarie no ha podido doblegar su férrea voluntad de vivir en libertad y democracia. Y sus perspectivas políticas son, sin duda, mejores. Su estrategia de acumulación de fuerzas sigue dando resultados. Estamos más cerca del objetivo.
Ha “ganado” la presidencia un personaje lamentable; sin ninguna preparación para tan alto cargo. Para confirmarlo, basta oír sus discursos que, además de soporíferos, son de una pobreza intelectual inconmensurable. La retórica del que fue candidato del bostezo es un bodrio indigerible.  Es un ritornello de frases panfletarias y de consignas de mitin callejero, que recuerdan la izquierda prediluviana. Sin duda, una tragedia en forma y fondo para nuestro país.
Y cuando pensamos en los nubarrones del horizonte, la perspectiva nacional se hace más aún más sombría.
Lo que se nos viene encima es serio, no es poca cosa, en términos políticos y económicos.
Con un equipo de gobierno experimentado, consciente de los enormes retos por delante, tendríamos la certeza de que pasaríamos la tormenta con el menor daño posible. Era ésa nuestra esperanza en una administración dirigida por Henrique Capriles.
Pero el escrutinio oficial de votos le fue adverso, y el Consejo Nacional Electoral no ha accedido a satisfacer la legítima petición de la oposición democrática de dejar de manera clara para Venezuela y el mundo, cuál fue el resultado de las elecciones del 14A, y así ha abierto, de manera irresponsable, la caja de Pandora, al proclamar, apresuradmente, al candidato oficialista.  Para nadie es un secreto que la mayoría de la directiva del CNE está al servicio del partido de gobierno, y a las instrucciones e intereses de éste responde. Más temprano que tarde darán cuenta de sus desaguisados.
Mientras tanto, las fuerzas democráticas deben proseguir su plan de vuelo democrático, constitucional, electoral y pacífico. Allí está la garantía del triunfo definitivo. Muchos nos observan atentamente allende las fronteras. En el mundo no estamos solos, contamos con la solidaridad de importantes fuerzas democráticas. Todos los días llegan del exterior muestras de apoyo de partidos y organizaciones diversas.  Ellas han sabido valorar nuestra hazaña política en el duro combate al monstruo del autoritarismo militarista y fascistoide que ha pretendido infructuosamente dominarnos. Porque seguimos plantándole cara sin miedo, mucha esperanza y coraje.
Después de los resultados electorales del 14A, la lucha continúa, ahora con más fuerza y entusiasmo. Tenemos un líder democrático indiscutible. Capriles, por su entereza, entrega y valentía, se ha ganado ese puesto con dignidad.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV


lunes, 15 de abril de 2013

LOS LIBERALES Y LA AUTOCRÍTICA



Enrique Krauze
Letras Libres


En el insensato optimismo de fin de siglo, no faltó quien creyera que los "ismos" opresivos estaban superados: fascismo, nazismo, comunismo. La realidad, como siempre, nos desencanta. Los fanatismos de la identidad racial, ideológica, nacional o de clase siguen vivos y así seguirán, quizá hasta el fin de los tiempos. Frente a ellos -como frente a las versiones más cerradas, ultramontanas e inquisitoriales de las ortodoxias religiosas- se levanta un "ismo" tan modesto y desabrido que no arrastra a las masas ni provoca furores públicos: el liberalismo.

La fuerza del liberalismo ha estado en la crítica. Es la crítica lo que, desde el siglo XVIII (y quizá antes, desde el Renacimiento o la Ilustración holandesa del XVII), lo ha enfrentado con los otros "ismos". Pero si el liberalismo es intrínsecamente crítico, debe serlo de manera universal. Lo cual incluye, necesariamente, la crítica de sí mismo.

En Letras Libres de abril hemos propuesto un ejercicio que denominamos "Autocrítica liberal". La idea original fue del historiador Carlos Bravo Regidor. El enfoque es doble: por una parte, la crítica general de la tradición liberal; por otra, la crítica de casos concretos en los que el liberalismo no tiene respuestas claras a los problemas actuales, las tiene limitadas o equivocadas.

José Antonio Aguilar sostiene que la mistificación del liberalismo del XIX como "mito fundador de la nación mexicana" afectó el temple combativo de esta tradición. Humberto Beck pone en entredicho la validez de las famosas nociones de "libertad negativa" y "libertad positiva" de Isaiah Berlin. Bravo Regidor recuerda que si bien Marx desestimó el régimen de derechos, su crítica ayuda a reconsiderar el efecto de las desigualdades económicas sobre ese mismo régimen. Jesús Silva-Herzog Márquezestablece una útil diferencia entre el "liberalismo de la fe" -doctrinario, que insiste en una sola ruta- y el "liberalismo de la duda" -que trasciende la teoría y se establece como una sana disposición intelectual. El sociólogo Roger Bartra dibuja una alternativa plural para el mundo globalizado: flujos heterogéneos de valores, no sistemas cerrados.

No abundaré sobre el contenido restante, en el que Saúl López Noriega,David Peña RangelPatrick IberEstefanía Vela abordan la relación del liberalismo con los medios de comunicación, el patriotismo, el imperialismo y el feminismo. Me detengo solo en el ensayo final, de Gabriel Zaid. La libertad de conciencia, al entrar en conflicto con la libertad de conciencia de los otros, plantea problemas de convivencia. Las democracias liberales han impuesto valores cristianos como si fueran universales. Y ante esto, Zaid se pregunta: si el Estado se ha asumido agnóstico y liberal, ¿con qué valores no excluyentes puede prohibir qué?

Aunque no intervine directamente en el número, tengo mis apuntes autocríticos. Son autocríticos porque no creo que mis libros hayan reflejado esa convicción que rebasa al liberalismo, que acepta sus limitaciones y admite sus errores. Creo, por ejemplo, en la vigencia de la Utopía, que el liberalismo desa- lienta por principio. Creo también que El Dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte -escrito por Marx hacia 1852, cuatro años después de su célebre "Manifiesto Comunista" y con ese mismo temple de indignación histórica- es la crítica más brutal al Estado moderno, superior a cualquier frío ensayo liberal. Y creo en la existencia de un "nosotros" que la Revolución Francesa llamó "Fraternidad", valor que el liberalismo ha desdeñado.
No hay que confundir el liberalismo con el tan traído y llevado "neoliberalismo": más que un método o una teoría es un dogma. Alguna vez escuché a un discípulo (mejor dicho, un devoto) de Ludwig Von Mises decir: "para mí, la libertad es un dios". Me pareció repelente, un sacerdote menor del culto del Atlas que lucha contra el colectivismo en cualquier manifestación. La profetisa de ese culto fue Ayn Rand, autora de Atlas Shrugged (1957). Hace unos años se publicó una biografía suya que me impresionó por su desenlace: murió sola, cercada en la miseria de su inconmensurable "Yo", obsesionada con el amor y la fraternidad que había despreciado.

Dicho todo lo cual, creo que el liberalismo está indisolublemente ligado a la democracia y en honor a ambos recuerdo siempre el ensayo de E.M. Forster: "What I believe". En él proponía "dos brindis por la democracia": primero, porque admite la pluralidad, la diversidad; luego, porque alienta la crítica. Yo también brindo por el liberalismo. Su crítica sigue siendo imprescindible para encarar a los fanatismos de nuestra época, que, a diferencia suya, no están dispuestos a la autocrítica.

viernes, 12 de abril de 2013


Isaiah Berlin, la Guerra Fría y la libertad

Redefiniciones liberales

El liberalismo, más que una ideología, es un temple, una disposición de ánimo para aceptar la validez de todas las preguntas. Octavio Paz pedía que del liberalismo y el socialismo surgiera una nueva doctrina. Aguilar Rivera, Beck, Bravo Regidor, Silva-Herzog y Bartra levantan un mapa donde abundan los recovecos de las dudas y escasean las planicies de las certezas. Al final, una tarea: devolverle al liberalismo su talante combativo a partir del reconocimiento de sus insuficiencias.
Abril 2013





En su célebre conferencia de 1958 “Dos conceptos de la libertad”, Isaiah Berlin acuñó una pareja de nociones que marcarían al pensamiento político del siglo: la oposición entre “libertad negativa” y “libertad positiva”. En la “libertad negativa” Berlin identifica esa área en la que un individuo puede actuar sin la contrariedad de obstáculos o interferencias. La “libertad positiva”, por el contrario, designa la posibilidad de actuar para realizar ciertos propósitos fundamentales, y en particular el proyecto, por parte de individuos o colectividades, de la autodeterminación.
En uno de sus niveles, el ensayo de Berlin se construye y se deconstruye a sí mismo, cede la voz a las tensiones, las especulaciones provisionales, las ambigüedades: da un espacio a las contradicciones que pueblan la historia política e intelectual de la libertad. Pero en otro, el más conspicuo y evidente, el ensayo plantea una dicotomía contumaz y una polaridad incuestionable: el conflicto irresoluble entre libertad negativa y libertad positiva, y la insuperable supremacía moral de la primera sobre la segunda. En la noción de libertad negativa Berlin encuentra el concepto auténtico, incorruptible de la libertad. Esta es la noción de libertad del liberalismo. En la libertad positiva, Berlin da con la coartada para las más brutales experiencias de dominación. Es ella, la libertad positiva y su promesa de autodominio, la semilla conceptual que luego dio lugar al totalitarismo. Por un deslizamiento perverso, pero para Berlin prácticamente inherente a la lógica de la libertad positiva, el “yo ideal” de la metáfora del autodominio se identifica con una entidad más amplia que el individuo, como la razón, la raza, la Iglesia o el Estado. Así, su gesto de liberación se presenta paradójicamente como la violenta conformación del individuo a una colectividad.
En Another freedom, Svetlana Boym anota que Joseph Brodsky percibía el ensayo de Berlin no como una pieza filosófica sino como una “reacción visceral” a los desastres del siglo XX. Y no le faltaba razón. Pocos años atrás Stalin seguía vivo. No mucho antes las tropas de la Alemania nazi ocupaban el continente desde Bruselas hasta las puertas de Moscú. La dicotomía berliniana se situaba así explícitamente en el campo de batalla de la Guerra Fría. “El deseo de ser gobernado por mí mismo, o en todo caso de participar en el proceso por el cual mi vida es controlada”, es decir, la libertad positiva, es un proyecto distinto a la aspiración de un área libre para la acción (la libertad negativa). “Es tan diferente, de hecho”, escribe Berlin, “que condujo al final al gran choque de ideologías que domina nuestro mundo”. En su dimensión más profunda, Berlin actúa como un esmerado historiador intelectual. Pero en la más inmediata se asume como un cold warriorque nos ofrece su texto como un ariete en la guerra fría de las ideas, como una versión letrada y majestuosa del red scare.
Tras la experiencia de los totalitarismos, que supeditaron el conjunto de la realidad social a la política, eran razonables reacciones como la de Berlin, que disociaban la libertad de cualquier proyecto político positivo. La oposición entre la libertad positiva y negativa representó entonces un esclarecimiento estratégico y esencial. Intelectualmente, sin embargo, es un distingo que carga con el fardo de su circunstancia ideológica, que oscurece tanto como ilumina la historia de la libertad. La dicotomía berliniana está lastrada de maniqueísmo. En ella la “libertad negativa” no conoce disimulos: siempre es transparente, inmune a la manipulación. La “libertad positiva”, en cambio, no puede desligarse nunca de su fatalidad: ser el germen latente o el cómplice imprevisto de la opresión. Más aún: Berlin disuelve en un solo concepto valores esencialmente disímiles. Desde Epícteto hasta Rousseau, desde el “repliegue en la ciudad interior” del alma hasta la soberanía popular, todo cabe en el espacio conceptual de la “libertad positiva” –y todo parece estar igualmente contaminado por una abierta o secreta afinidad con la tiranía.
El ensayo de Berlin, sin embargo, no era solo el producto de su momento histórico. Es el síntoma de una condición teórica que habita en el centro del liberalismo. Como ha señalado Hannah Arendt, la experiencia histórica del siglo XX no hizo más que reforzar la tendencia liberal de entender la libertad como libertad de la política. La perspectiva liberal ha hecho desde sus orígenes una distinción categórica entre dos cuestiones: ¿quién gobierna?, y ¿hasta dónde se debe gobernar?, y le ha dado prioridad a la segunda. El tema del liberalismo radica, por tanto, en los límites del poder, no en la identidad del sujeto que lo detenta.
El problema, en el ensayo de Berlin lo mismo que en la tradición liberal en su conjunto, es que, dejado a sí mismo, sin diálogo con otras tradiciones o inquietudes fuera de la pura “libertad negativa”, el liberalismo padece de limitaciones fundamentales, puntos ciegos que lo vuelven incapaz de pensar o de pensar con profundidad zonas enteras de la realidad política. El liberalismo, por sí mismo, es, por ejemplo, incapaz de pensar lo público. Un ejemplo elocuente, tomado de la propia tradición liberal, es el pensamiento de Alexis de Tocqueville. Uno de los objetos de la crítica tocquevilliana es la tendencia de los individuos en las democracias a abandonar la vida pública y retirarse a la esfera privada de los negocios y la familia. Esta apatía individual conduce a un debilitamiento de la política y, tarde o temprano, al despotismo. Para evitar esta recaída en la opresión, la libertad debía de ser sacada de la esfera privada y encontrar un significado político activo en la colectividad. Es imposible entender la crítica de Tocqueville a los peligros del “despotismo democrático” sin recurrir a los contenidos de la libertad positiva. Más aún: es difícil no entender esa crítica precisamente como un cuestionamiento de las consecuencias despóticas latentes en una idea de la libertad centrada exclusivamente en la negatividad. La perspectiva de Berlin, y con ella la de la tradición liberal “negativa”, es insuficiente para darse cuenta de que la libertad positiva, en su encarnación como libertad pública, es una de las garantías de la propia libertad negativa.
Una ceguera más: al concentrarse en el tema del individuo frente al poder público, el liberalismo ha sido indiferente a las desigualdades entre individuos y a los problemas que el individuo enfrenta ante el poder privado. La tradición liberal ha tendido a olvidar que las interferencias a la libertad individual se pueden originar no solo en el gobierno, sino también en otros individuos, y que el poder estatal no es el único poder susceptible de ser limitado. Para el liberalismo, la opresión de parte de corporaciones y otros agentes económicos simplemente no existe, no puede existir, porque no encajan en su esquema preestablecido. Y una ceguera más: al inquietarse solamente por los obstáculos al ejercicio de la libertad, el liberalismo ha abandonado la pregunta por las condiciones bajo las cuales la libertad puede ser usada efectivamente. Este es un aspecto en el que el pensamiento socialista (por ejemplo: la crítica de Marx a la libertad como consentimiento formal) sigue siendo vigente.
Frente a los despotismos antiguos y modernos, siempre hay que recordar, con Berlin, que el libre espacio para la acción es una dimensión esencial de la libertad. Al mismo tiempo, nunca hay que olvidar, con Arendt y contra Berlin, que la libertad no es solo el asunto de un ego solitario sino que necesita de los demás, y que requiere de un espacio compartido para encontrarse con los otros en un mundo común.

(tomado de Letras Libres)
FINANCIAL GLOBALIZATION IN REVERSE?



Dani Rodrik

WASHINGTON, DC – For three decades, financial globalization had seemed inevitable. New information technologies made it possible to conduct transactions halfway around the world in the blink of an eye. Savers gained the ability to diversify, while the largest borrowers could tap global pools of capital. As national financial markets grew more intertwined, cross-border capital flows rose from $0.5 trillion in 1980 to a peak of $11.8 trillion in 2007.

But the 2008 crisis exposed the dangers, with the globalized financial system’s intricate web of connections becoming a conduit for contagion. Cross-border capital flows abruptly collapsed. Almost five years later, they remain 60% below their pre-crisis peak.
This pullback in cross-border activity has been accompanied by muted growth in global financial assets (despite the recent rallies in stock markets around the world). Global financial assets have grown by just 1.9% annually since the crisis, down from 7.9% average annual growth from 1990 to 2007.
Should the world be worried by this decline in cross-border capital flows and slowdown in financing? Yes and no.
After the outsize risks of the bubble years, these trends could be a sign that the system is reverting to historical norms. As we now know, much of the growth in financial assets prior to the crisis reflected leverage of the financial sector itself, and some of the growth in cross-border flows reflected governments tapping global capital pools to fund chronic budget deficits. Retrenchment of these sources of financial globalization is to be welcomed.
But not all of the current retreat is healthy. Surprisingly, emerging economies are also experiencing a slowdown; the development of their financial markets is barely keeping pace with GDP growth. Most of these countries have very small financial systems relative to the size of their economies, and, with small and medium-size enterprises (SMEs), households, and infrastructure projects facing credit constraints, they certainly have ample room for sustainable market deepening.
A powerful factor underlying the drop in cross-border capital flows is the dramatic reversal of European financial integration. Once in the vanguard of financial globalization, European countries are now turning inward.
After expanding across national borders with the creation of the euro, eurozone banks have now reduced cross-border lending and other claims within the eurozone by $2.8 trillion since the end of 2007. Other types of cross-border investment in Europe have fallen by more than half. The rationale for the euro’s creation – the financial and economic integration of Europe – is now being undermined.
Current trends seem to be leading toward a more fragmented global financial system in which countries rely primarily on domestic capital formation. Sharper regional disparities in the availability and cost of capital could emerge, particularly for smaller businesses and consumers, constraining investment and growth in some countries. And, while a more balkanized financial system does reduce the likelihood of global shocks creating volatility in far-flung markets, it may also concentrate risks within local banking systems and increase the chance of domestic financial crises.
So, is it possible to “reset” financial globalization while avoiding the excesses of the past?
Successfully concluding the regulatory reform initiatives currently under way is the first imperative. That means working out the final details of the Basel III banking standards, creating clear processes for cross-border bank resolution and recovery, and building macro-prudential supervisory capabilities. These steps would go a long way toward erecting safeguards that create a more stable system.
But additional measures are needed. The spring meetings of the World Bank and the International Monetary Fund represent a pivotal moment for shifting the debate toward a second phase of post-crisis reform efforts – one that focuses on ensuring a healthy flow of financing to the real economy.
A crucial part of this agenda is the removal of constraints on foreign direct investment and foreign investor purchases of equities and bonds, which are far more stable types of capital flows than bank lending. Many countries continue to limit foreign investment and ownership in specific sectors, restrict their pension funds’ foreign-investment positions, and limit foreign investors’ access to local stock markets. Eliminating these barriers would increase the availability of long-term financing for business expansion.
More broadly, officials in emerging economies should restart reforms that enable further domestic financial-market development. Most countries have the basic market infrastructure and regulations, but enforcement and supervision is often weak. Progress on this front would enable equity and bond markets to provide an important alternative to bank lending for the largest companies – and free up capital for banks to lend to SMEs and consumers. Deepening capital markets would also benefit local savers and open new channels for foreign investors to diversify.
Given that Europe led the recent rise and fall of financial globalization, any effort to reset the system should focus on measures to restore confidence and put European financial integration back on track. The recent crisis in Cyprus underscores the urgency of establishing a banking union that includes not only common supervision, but also resolution mechanisms and deposit insurance.
Determining the right degree of openness is a thorny and complex issue for every country. Policymakers must weigh the risks of volatility, exchange-rate pressures, and vulnerability to sudden reversals in capital flows against the benefits of wider access to credit and enhanced competition. The right balance may vary depending on the size of the economy, the efficiency of domestic funding sources, and the strength of regulation and supervision.
But the objective of building a competitive, diverse, and open financial sector deserves to be a central part of the policy agenda. The ties that bind global markets together have frayed, but it is not too late to mend them.

TOMADO DE PROJECT SYNDICATE