viernes, 16 de noviembre de 2012


¿ES POSIBLE Y VIABLE UN POLO DE INTEGRACIÓN  HISPANOAMERICANO?

                                  



Muy sugerente el artículo de Carlos Leañez A. sobre el dilema Hispanoamérica o Mercosur. Es un tema de relevante actualidad; de allí que no haya resistido a la tentación de pergeñar algunas ideas al respecto.     
Vayamos de una vez al núcleo de lo que escribió.
Debo confesar que a medida que iba leyendo el artículo, pude evocar diversos textos de pensadores latinoamericanistas, con los cuales, de una u otra forma, se emparentan el de Leañez. Igualmente, observé una marcada huella huntingtoniana en la fundamentación de su propuesta.
Según él, en un mundo que se dirige hacia la conformación de grandes polos, el país que no esté articulado a uno de ellos de manera orgánica, “no tendrá consistencia ni pegada”; “será un enano en medio de gigantes.” Sólo requeriría estar adscrito al polo adecuado a su cuerpo histórico-cultural, toda vez que, de lo contrario, no dispondrá de la fortaleza para su relacionamiento óptimo con el mundo.
Para Hispanoamérica, la vía sería, entonces, la creación de un polo construido sobre la base de su cultura y lengua comunes. La cohesión y la especificidad de este polo se derivarían de aquellos elementos, que combinados sinérgicamente con otros, “producirían maravillas”.
Sobre las causas de que tal polo no se haya concretado, señala los intereses y privilegios de las élites locales poco preocupadas con la unión y ligadas a factores externos que estimularían la división para poder imperar. Por otro lado, indica que la inclusión de países como Brasil y los anglófonos, afectaría los intereses de ese polo, al desdibujarlo, al borrarle su especificidad cultural-linguística, y sumirlo en una “confusión cartográfica”.
Concluye Leañez que la creación de ese polo es un imperativo impostergable y viable, pues conduciría a la construcción de nuevas estructuras jurídico-políticas que permitan negociar nuestro puesto en el mundo.
Sin duda, el texto de Leañez se inscribe en la tradición latinoamericanista; la que persiguió siempre el ideal nunca alcanzado de la integración, basado en una supuesta identidad propia derivada de la cultura, tradiciones y lengua.
Andrés Bello llegó a decir que lo importante era una íntima confederación entre los pueblos que ya han sacudido las antiguas cadenas por hacer causa común, entenderse con frecuencia, y nunca hacer convenciones separadas”.
Más tarde Juan B. Alberdi declarará: “aliar las tarifas, aliar las aduanas, he aquí el gran medio de resistencia americana”. En Memoria sobre la conveniencia y objetos de un congreso general americano escribirá acerca de la necesidad de una organización económica, política y cultural del continente.
A finales del XIX, José Martí afirmará: “Es hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los Andes (…) Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”. Martí desaconsejará “precipitadas alianzas políticas y económicas con los Estados Unidos”.
José Enrique Rodó criticó lo que denominaba la “nordomanía”, o sea, el apego a las ideas que venían del norte anglosajón, frente a las cuales proponía una “emancipación mental”.
El mexicano Leopoldo Zea, pensador ligado al tema de la integración latinoamericana desde la perspectiva de la dimensión identitaria y cultural; escribirá: “Se quiere que Hispanoamérica sea un país a la altura del progreso universal; pero con sus características. Es decir, de acuerdo con esa realidad imposible de eliminar”.
Estos y otros pensadores y políticos más contemporáneos se adscriben de una u otra manera a la visión lingüística-cultural que preconiza Leañez, la cual ha sido elemento sustantivo en la ideología integracionista de nuestra región.
Dicho lo anterior, vale la pena preguntarse si es viable a estas alturas del desarrollo e intensidad de la interdependencia política, económica, tecnológica, demográfica, cultural y jurídica del planeta, la creación de un polo fundado principalmente en factores identitarios. ¿Cómo sería viable construir ese polo en un mundo interconectado, de sociedades interpenetradas, con rasgos marcados de homogeneización en muchos aspectos de la vida,  en que ya están constituidos o están por constituirse bloques político-comerciales con diversidad cultural y donde ya participan países hispanoamericanos? El tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), el Mercosur, el Foro Asia-Pacífico, los BRICS, los MIST y la misma Unión Europea son esquemas de integración, cooperación y alianzas establecidos, cuyos lazos trascienden lo cultural-lingüístico.
Además, cabe interrogarse si es procedente hablar de manera terminante de una cultura común o de una identidad colectiva en Hispanoamérica, habida cuenta de las expresiones diversas de la región y de los efectos de los profundos y seculares intercambios culturales en tiempos de globalización.  ¿No está acaso Hispanoamérica inmersa en la cultura occidental, o como diría Huntington, en una sub-civilización occidental
Podemos preguntarnos también si para pertenecer a un polo que potencie a Hispanoamérica sea condición sine qua non lo cultural-lingüístico. A México, por ejemplo, para proyectarse vigorosamente al mundo como lo ha hecho en las últimas décadas ¿se lo ha impedido el pertenecer al polo NAFTA (EEUU-Canadá)?  Y qué decir de Chile que pertenece al Foro Asia Pacífico. O de Brasil que está en un polo con Rusia, India y China.
Vargas Llosa nos habla convincentemente de una concepción inmovilista de la cultura que no tendría el menor fundamento histórico. Y agrega: “La noción de ‘identidad cultural’  es peligrosa, porque, desde el punto de vista social, representa un artificio de dudosa consistencia conceptual, y, desde el político, un peligro para la más preciosa conquista humana, que es la libertad”. Esa noción sería reductora y deshumanizadora, de signo colectivista, que abstrae todo lo que hay de original en el ser humano; una ficción ideológica que para algunos etnólogos y antropólogos no representa una verdad. Y remata: “Las culturas necesitan vivir en libertad, expuestas al cotejo continuo con culturas diferentes, gracias a lo cual se renuevan y enriquecen, y evolucionan y adaptan a la fluencia continua de la vida.”
Octavio Paz acompaña a Vargas Llosa cuando dice que toda cultura nace del encuentro, de las mezclas, de los choques con otras culturas; y que del aislamiento ellas pueden morir, desaparecer. 
Alberto Adriani, hacia 1930, como visionario que fue, divisaba los bloques de integración futuros: Se redondearán grandes áreas capaces de controlar la más completa variedad de recursos, dentro de las cuales la vida económica puede alcanzar la mayor diversificación posible...van a ser los grandes actores de la historia por venir. “
Mariano Picón Salas vio el tema con tino: seguramente llegaremos de una aislada economía de naciones a una economía hemisférica”. Con base en la idea de la “común misión de América”, señaló que es “urgente, que las dos porciones de América se aproximen y colaboren en una justa organización del mundo; que el desarrollo técnico de los Estados Unidos y la riqueza potencial de Hispanoamérica participen en la empresa de un orden continental más próspero y permanente.”
Ambos pensadores venezolanos no vieron lo cultural-lingüístico como obstáculo insalvable para dar el salto hacia la prosperidad anhelada.
Estoy convencido de que en el mundo interdependiente que vivimos la conformación de polos de poder político y económico es una realidad insoslayable. No obstante, soy profundamente escéptico respecto de un polo hispanoamericano en estos tiempos de interdependencia global creciente, y no me luce acertado afirmar que la viabilidad o éxito de un polo de poder internacional dependa sólo de una identidad cultural-lingüística.
Por otro lado, observo muchas latinoaméricas. Y comparto la conclusión de Marta Lagos (Latinobarómetro) de que América Latina no existe, sino 18 realidades distintas, a pesar de los rasgos comunes.
El ingreso espurio de Venezuela a Mercosur nos plantea, más que un problema cultural-lingüístico, uno práctico. El problema no es que en Mercosur esté un Brasil de habla y cultura portuguesa con pretensiones hegemónicas, sino que tal ingreso ha sido mal negociado y no responde a los intereses venezolanos.     
Perseguir la creación de un polo hispanoamericano es, en el fondo, reincidir en una quimera, en un sueño imposible. El Sísifo latinoamericano ha fracasado consistentemente en el propósito de una unión completa. ¿Las causas? Más que en los maquiavelismos de malvados e interesados fuereños de ojos azules, hay que buscarlas en nuestra propia conducta, en los errores reiterados y en nuestra cultura política.       



EMILIO NOUEL V. 
   

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