lunes, 6 de agosto de 2012


LA INTEGRACIÓN: NUEVAS REALIDADES, NUEVOS PARADIGMAS, NUEVOS RUMBOS





En relación con la integración económica de estos tiempos, los profesores Andrés Malamud y Gian Luca Gardini han arribado a dos conclusiones, a mi modo de ver, cruciales: primera, la integración económica se está volviendo un fenómeno geográficamente difuso antes que uno regional; y segunda, si bien el regionalismo es todavía una política exterior atrayente, sus causas, objetivos y resultados no son más los que solían ser. [1]
Ambas formulaciones abren, sin duda, la posibilidad de un debate que interesa mucho a nuestro entorno hemisférico y a quienes hemos transitado por este campo particular de las relaciones internacionales.  
Vistas desde nuestro país, Venezuela, estas conclusiones no pueden ser más sugerentes, sobre todo en las presentes circunstancias políticas y económicas no sólo regionales sino también domésticas.
Nuestro país está a las puertas de un evento electoral decisivo para su futuro. El dilema es continuar con un gobierno cuyas políticas económica e internacional han probado ser desastrosas y significado un retroceso, o avanzar por una vía de recuperación del aparato productivo, de las inversiones y del empleo, que nos permita insertarnos adecuadamente en la interdependencia global para sacar el mayor provecho de ella.
En los últimos años, el gobierno venezolano de manera absurda y destructiva ha denunciado varios tratados que nos integraban regionalmente (CAN y G3), y se volcó hacia Mercosur sin consultar al país sobre las ventajas o desventajas de ese paso. Las motivaciones de esta volte-face son eminentemente políticas y no responden a un análisis cuidadoso de sus conveniencias. Además, el ingreso a ese bloque fue pésimamente negociado, demostrándose la carencia de equipos experimentados en la materia.
Ya se conoce la forma impropia, atropellada e ilegal de cómo en días recientes Venezuela se ha convertido en miembro de pleno derecho de ese régimen de integración.
Lo importante ahora, con vistas a un muy probable cambio de gobierno, es articular una política de integración que traiga beneficios a su economía, y en definitiva, que aporte bienestar y progreso a todos los venezolanos.
Si las conclusiones de Malamud y Gardini, mencionadas más arriba, son las correctas, entonces nuestras opciones como actor en la región y el mundo deben ir por caminos distintos a los tradicionales.
No necesariamente la contigüidad o cercanía física territorial es factor determinante a la hora de elegir socios comerciales, aunque, obviamente, sigue siendo importante. Esto dependerá de los vínculos históricos y de los tipos de acuerdos que pudieren plantearse.  No obstante, los efectos de la globalización hacen que las distancias no sean obstáculo insuperables para el comercio.
Por otro lado, los incentivos, objetivos y logros que se persigan a partir de toda integración derivan de causas variadas y diferentes a las de décadas atrás. Compromisos más flexibles pueden resultar más provechosos, sin perjuicio de las necesarias coordinaciones y convergencias. Hoy, el papel de la ideología no es el mismo, si bien la voluntad política es decisiva a la hora de las determinaciones en este ámbito. Los estados y/o gobiernos no son los únicos actores. La integración la hacen principalmente los empresarios privados, sin los cuales cualquier aventura integracionista está condenada al fracaso.
Para los profesores mencionados, el regionalismo en América Latina alcanzó un pico a partir del cual es ya muy difícil mayores progresos. Los proyectos superpuestos o solapados de integración han producido, como resultado, un desorden contraproducente.
Sobre Mercosur, Malamud dice que ha sido una buena idea pero muy mal implementada, y agrega que ni es “muy común ni es un mercado”, tampoco es una unión aduanera, tiene aduanas internas y sus principales socios no son ellos mismos, sino los países europeos.
Si a estos elementos agregamos las desavenencias internas, los incumplimientos permanentes, el desprecio creciente por las reglas de juego y el predominio del factor político-ideológico, difícilmente le podemos arrendar la ganancia a este experimento menguante.
El nuevo gobierno venezolano deberá tomar en cuenta estas nuevas y cambiantes realidades. La integración no es la que estudiamos hace 40 años. Los paradigmas  contenidos son otros. No hay voluntad para obligaciones rígidas; la noción de supranacionalidad parece retroceder, a pesar de haber demostrado sus virtudes en algunas experiencias. 
La nueva administración encontrará a Venezuela metida a trancas y barrancas en un bloque comercial y con todas las de perder. Tendrá al lado una CAN en declive; más allá un régimen novedoso que viene de México, pasa por Colombia y Perú, y llega a Chile, el Acuerdo del Pacífico. Al Norte seguirá el NAFTA en su desarrollo natural. Los centroamericanos, mal que bien,  avanzan. El Pacífico se vuelve el centro de los acontecimientos económicos. Brasil, trabaja para poner orden en el patio suramericano, pretendiendo colocarlo bajo su égida, por supuesto. Argentina dando tumbos, convertida en el país más proteccionista del planeta y socavando el bloque de integración al que pertenece. La ALBA, con vida mientras reciba los generosos dólares petroleros de Venezuela. 
Saltando el charco, los europeos inmersos en problemas muy serios cuya solución requerirá aún varios años. China, bajando su ritmo de crecimiento pero en ascenso. 
Así las cosas,  el gobierno de Venezuela que se estrene el año entrante tendrá que aguzar bien el ingenio para poner la proa rumbo a sus mejores conveniencias, con pragmatismo y una visión clara de lo que queremos en este mundo incierto y embrollado.      

EMILIO NOUEL V.

@ENouelV



[1] Andrés Malamud y Gian Luca Gardini: “Has Regionalism Peaked? The Latin American Quagmire and its Lessons”, International Spectator: Italian Journal of International Affairs, 47:1, 116-133.

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