miércoles, 15 de agosto de 2012

“CORAZÓN..CORAZÓN...NO ME QUIERAS MATAR
  CORAZÓN”

                                  


La aburrida, repetitiva y patética campaña electoral de Chávez está sin duda ayuna de las emociones que en otras circunstancias concitó. Se palpa, se percibe, donde quiera que uno vaya, el fastidio. En Nirgua como en Valera, en Boca del Tocuyo como en Clarines, en Guarenas y Río Caribe.
La gente se asqueó de la falsedad, de las promesas para las calendas griegas, de los ofrecimientos recalentados; no soporta el aburrimiento, incrementado con las abusivas e ilegales cadenas televisivas a diario, que delatan unos nervios en tensión y el desespero de un gobierno que se ve él mismo de salida.
Los cerebros de la campaña del presidente saliente no ignoran ese profundo hartazgo de la población, que le augura malos resultados el 7-O.
En su desvelo creciente, pretenden compensar aquel estado de ánimo hostil, con un mensaje almibarado, cálido, sensiblero, que busca reconectar afectivamente, pero que a pesar de los miles de millones, ha resultado ineficaz para esconder los múltiples fracasos en todos los ámbitos de la administración gubernamental.
Con el lema “El corazón de mi patria” se persigue el enmascaramiento de una realidad que golpea sin miramientos a pobres, clase medias y ricos. Saben que el corazón de la mayoría de los venezolanos está latiendo pero por un candidato que encarna la prosperidad y el bienestar del futuro; no el que desea seguir llevándonos al pasado y a la miseria.  
La realidad que quieren escondernos con un mensaje tramposo es la de la matazón criminal descontrolada en que están sumidas nuestras ciudades, por obra de una delincuencia que se siente a sus anchas sin que nadie le ponga freno.
Es la del alto costo de la vida que agobia a todos. Es la del encogimiento de nuestros bolsillos porque padecemos una de las más altas inflaciones del mundo, a pesar de haber gozado, como nunca, de ingentes recursos financieros.
Esa realidad está representada por el desastre que vivimos en nuestros servicios de salud, educación e infraestructura pública.
Esa realidad es la falta de viviendas para tantos necesitados, incluso las víctimas de catástrofes naturales hoy hacinadas en refugios insalubres, inhumanos, convertidos en sitios en donde suceden los peores hechos de perversión, transformados en viveros de delincuentes.  
Es la realidad en la que mientras ocurren aquellas desgracias, prácticamente se regala nuestro petróleo con el propósito de eternizar en el poder a una clase política corrompida hasta los tuétanos.
Es la realidad de un gobierno que durante 14 años ha probado ser profundamente incapaz para resolver los problemas más importantes del país, que se regodea en todo momento en una retórica rimbombante, inútil y, a estas alturas, agotada y soporífera para los venezolanos.
En fin, es la realidad de una clase política decadente que viene ahora a presentarse, de forma fraudulenta, como la expresión del corazón de Venezuela, cuando en el fondo es una de las manifestaciones más oscuras del autoritarismo, que sólo busca la preservación en el poder de un déspota.
Están fracasando en su intento de disfrazarse de mansos corderitos. Cada día que transcurre se esparce el despertar de los venezolanos a lo largo y ancho del territorio. Ya son millones y millones los que no se comen el cuento, aunque venga envuelto en un falso corazón. Las mentiras y engaños del presidente saliente se los tragan los más descaminados.
Pronto no le quedará otra que cantar a Capriles aquel verso de la ranchera famosa de José Alfredo Jiménez, que dice: “Te diré con el alma en la mano, que puedes quedarte porque ya yo me voy”.


EMILIO NOUEL V.

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