viernes, 27 de abril de 2012


A. R. BREWER CARÍAS SOBRE COMPONENTES DE LA DEMOCRACIA

"...entre todos los elementos y componentes de la democracia, el  principio de la separación de poderes es de la primera importancia, pues del mismo  dependen todos los demás. Es decir, en definitiva, sólo controlando al Poder es que puede  haber elecciones libres y justas, así como efectiva representatividad; sólo controlando al poder es que puede haber pluralismo político; sólo controlando al Poder es que podría haber efectiva participación democrática en la gestión de los asuntos públicos; sólo controlando al  Poder es que puede haber transparencia administrativa en el ejercicio del gobierno, así  como rendición de cuentas por parte de los gobernantes; sólo controlando el Poder es que se puede asegurar un gobierno sometido a la Constitución y las leyes, es decir, un Estado de derecho y la garantía del principio de legalidad; sólo controlando el Poder es que puede  haber un efectivo acceso a la justicia de manera que ésta pueda funcionar con efectiva  autonomía e independencia; y en fin, sólo controlando al Poder es que puede haber real y  efectiva garantía de respeto a los derechos humanos. De lo anterior resulta, por tanto, que  sólo cuando existe un sistema de control efectivo del poder es que puede haber democracia,  y sólo en esta es que los ciudadanos pueden encontrar asegurados sus derechos  debidamente equilibrados con los poderes Públicos."

jueves, 26 de abril de 2012


LA ELECCIÓN FRANCESA Y EL FUTURO EUROPEO

Emilio Nouel V

Los resultados que anunciaban las encuestadoras más prestigiosas para la primera vuelta de las elecciones francesas se dieron. La diferencia entre Sarkó y Hollande fue mínima; entre ellos dos se decidirá el asunto.

Hollande y Sarkozy tendrán un debate



Sin embargo, la fuerza política que surge como fiel de la balanza para dentro de una semana, es la representada por la señor Marine Le Pen. Superó con mucho la más alta votación de su padre. Logró un 18 % del total. El 50 % de los no profesionales, que no tienen un diploma, voto por ella. También el 20 % de los jóvenes. El 26 % de las personas entre 35 y 49 años y de las comunidades rurales.
Sin duda, un resultado que tiene preocupada a las autoridades de la Unión Europea en Bruselas, habida cuenta del discurso antieuropeísta y ultranacionalista de aquella.
Si esta fuerza política mantiene el apoyo obtenido o lo aumenta para las legislativas de junio, la dinámica de la política francesa sufrirá cambios importantes.
Para los candidatos finalistas, conquistar una tajada importante de los votantes de las opciones descartadas es trabajo duro y complejo que los estrategas electorales de los equipos en liza están ejecutando.
Ir o mantenerse en el centro o desplazarse a los extremos son cursos no exentos de riesgo. Sarkozy y Hollande, y sus asesores, no la tienen fácil.
Las alianzas y acuerdos están planteados, sobre todo con vista a las legislativas. 
¿Qué dice la gente al respecto?
El 64 % de los que votaron al Presidente se inclinan por acuerdos entre Unión por un Movimiento Popular (UMP), partido de Sarkozy, y el Frente Nacional de Le Pen. El 59 % de los votantes de esta última piensa lo mismo.
Por otro lado, un sondeo de OpinionWay, citado por Les echos, indicaría que el 64 % de los franceses se oponen a una eventual alianza entre UMP y FN. Los sondeos recientes siguen dando el triunfo a Hollande sobre Sarkozy (intención de voto: 54 % a 45 %), aunque debe decirse que el último salió bien parado de la primera vuelta, habida cuenta de que fue el blanco de ataque de todos los candidatos.
Según estos sondeos, los votantes de Le Pen, sólo en un 45% se pronuncian por el Presidente y 23% por el retador. Se abstendría el 32%.
De los votantes de Bayrou, que quedó en el cuarto lugar, el 37% se inclinaría por Sarkozy y 33% por Hollande. El 81% de los del petit Chávez francés, Melenchon, votarían por Hollande.
Por otro lado, la mitad de los franceses (50%), desearía que ganara Hollande.
No obstante, sabemos que las vueltas que da la política nos podrían traer sorpresas. Y el tema de las alianzas posibles, las abstenciones de parte de los que votaron en la primera vuelta y la movilización de los que no lo hicieron, pueden producir resultados diferentes a los de los sondeos, colocando las diferencias entre los dos candidatos más pequeñas de lo que aparentan.
Más allá de estos temas político-numéricos, la posibilidad cierta de que la izquierda moderada socialdemócrata, de capa caída en los últimos tiempos en esa región, llegue al poder en un país de tanta importancia mundial y europea, no es asunto menor.
Y lo es, no porque tal triunfo electoral pueda tener significación para los que se adscriben o simpatizan con esa corriente política mundial, sino por las políticas que adelantaría un gobierno socialista, habida cuenta del berenjenal fiscal-financiero en que está metida Europa en la actualidad.

Es posible que Hollande enfrente las orientaciones financieras que hasta ahora han impuesto en Europa el duo Merkel-Sarkozy, lo cual no deja de ser preocupante toda vez que se podría desencadenar un debate que afectaría la necesaria gobernabilidad en la zona y la percepción que de ésta se tenga en los mercados.  
Quisiera pensar que las consignas o planteamientos, algunos anacrónicos, que al calor de lo electoral se han emitido, no sean los que inspiren las políticas que se instrumenten y ejecuten. Serían contraproducentes, no sólo para los franceses sino para la Unión como un todo. Y el buen funcionamiento de la Unión interesa a la economía planetaria. Los efectos negativos de las crisis de los países, tarde o temprano, trascienden las fronteras. El efecto de contagio está más que demostrado con las crisis anteriores. De hecho, la que padecen los europeos es también consecuencia de otras generadas en contextos distintos.
La globalización nos ha hecho partícipes de un mundo cada vez más interdependiente e interconectado, que exige igualmente salidas conjuntas a todos los desafíos que la vida planetaria nos presenta.
No es tiempo de pócimas mágicas, de ensoñaciones ideológicas o nacionalismos estériles. Se imponen soluciones realistas a tan graves problemas. Sólo el esfuerzo productivo, políticas de crecimiento, la elevación de la competitividad, el impulso al desarrollo tecnológico y el manejo racional (austeridad) de los recursos públicos, pueden sacar adelante a los países europeos que están experimentando situaciones fiscales y financieras críticas.
El panorama no luce fácil y las opciones son muy discutidas. Las posiciones encontradas tendrán que buscar un punto de equilibrio. Habrá que hacer un gran esfuerzo para acordar un camino conjunto que no se lleve por delante los logros de la Unión.
Y no hay que olvidar que estas crisis son el caldo de cultivo de las más horrendas derivas antidemocráticas o totalitarias. Y ya sabemos de la debilidad intrínseca de los regímenes políticos libres. No son pocos los movimientos de ideologías demenciales que tienen vida en Europa. 
Sólo nos resta esperar que en Francia -gane quien gane- el nuevo gobierno asuma sus responsabilidades con una visión pragmática, moderna y acorde con las graves circunstancias que vive esa región.


EMILIO NOUEL V.
@EnouelV




viernes, 20 de abril de 2012


PODREDUMBRE DESBORDADA

Emilio Nouel V.

Han sido pocos los sorprendidos por las revelaciones del ex magistrado del TSJ, Aponte Aponte, hasta hace poco considerado un prócer de la revolución chavista, encumbrado a tan alta responsabilidad gracias a una de las más abyectas y repugnantes conductas como militar  y juez.

             Cnel. ELADIO APONTE APONTE

Todo lo denunciado por él era vox populi. Quienes por profesión estamos de cierta manera cerca de cómo se bate el cobre en los tribunales, lo oído en TV el día 18 de abril por boca de este personajillo, era más que sabido y sufrido.
La descomposición moral e institucional a la que han llevado el poder judicial los que hoy detentan el poder es pasmosa. Es difícil comparar esta situación con anteriores en nuestro país. El envilecimiento nunca llegó a los extremos de perversidad que han impuesto los bárbaros que gobiernan. 
Porque no es sólo el tema de la carencia cierta de independencia de la institución judicial respecto del autócrata y sus secuaces, algo de por sí ya de extrema gravedad; no es solo la notoria pobreza profesional y vasta ignorancia de los jueces y demás empleados, una calamidad sobrecogedora; es también la baja catadura moral de quienes están al frente de estos mecanismos cruciales para toda sociedad, lo que más alarma. Es de vómito.
Ayer quedó al descubierto en toda su magnitud la podredumbre que está corroyendo la institucionalidad que como venezolanos construimos algún día.
Y no es que la que teníamos fuera perfecta, ni que no hubiera mostrado sus máculas, algunas también graves.
Pero al extremo que hemos llegado, no puede haber contraste alguno, a menos que nos remitamos a los procesos estalinistas de Moscú o del nazismo.
Lo que estamos presenciando es un espectáculo en que todos los poderes constituidos se agrupan en gavilla, para delinquir, violar los derechos humanos, perseguir al opositor, con el único propósito de mantenerse ilegítimamente en el poder.
En un país serio, las autoridades denunciadas ya habrían formalizado las renuncias a sus cargos. No es para menos.
Pero esperar una conducta honrosa mínima, de pudor, en los que se han colocado reiteradamente al margen de la ley, irrespetándola a diario de la forma más inescrupulosa, es ilusorio.
Con la denuncia pública, el desconcierto que se ha apoderado del gang que gobierna es tal, que ya no hayan qué inventar para atribuirle a la oposición vínculos con quien era hasta hace poco uno de sus verdugos más conspicuos.
Ahora que el compinche violó el código de silencio, l’omertá de la mafia, es blanco de todos los denuestos.  Indignos Aponte y sus compañeros que lo condenan con desvergüenza.
Así, oímos de nuevo el disco rayado. Un discurso ajado que pretende ligar a la oposición y su candidato a unos demoníacos y torvos planes del imperialismo.
La creatividad está llegando a cotas insospechadas y estrambóticas.
Nicolás Maduro, en una demostración de caradurismo sin límites, pone también lo suyo.
Tiene el tupé -por no decir otra cosa- de decir que el delincuente chavista Aponte Aponte, uno de los brazos ejecutores de los deseos inconfesables del déspota de Miraflores, es un  vocero de la oposición.
¡Ay Maduro Maduronzón¡ Esa mentirota no te la creerán ni en tu casa, por mucho esfuerzo que hagas.
No lo podrán negar nunca. Aponte Aponte cometió delitos en conchupancia con el poder, y éste es cómplice de las acciones más horrendas que este juez pudo realizar. Eso no lograran esconderlo, ni Chávez ni el nuevo caporal del chavismo, Diosdado.
Para éstos, llegó la hora del ajuste de cuentas, como es costumbre en grupos de esta calaña, aunque sólo sea, por ahora, mediante el “sapeo”.  
Los jerarcas en el poder traicionaron a quien les sirvió diligentemente, cometiendo las peores tropelías, las violaciones más repugnantes a los derechos humanos. Actuaron como lo hizo el tirano Fidel Castro con el incómodo general cubano Arnaldo Ochoa.
Aponte Aponte se muestra ahora arrepentido, después que le destruyó la vida a varios venezolanos opositores y sus familias, hundiéndolas en el dolor y las penurias materiales, sólo para complacer los caprichos del autócrata.
Este episodio ignominioso de nuestro país no puede quedar sin consecuencias. Las fuerzas democráticas emergentes están obligadas a dar una respuesta contundente y adecuada a tan graves hechos, que no por sabidos, dejan de ser serios.
La mayoría de los venezolanos, opositores y simpatizantes del gobierno,  pudimos presenciar las revelaciones de Aponte Aponte, aguantando las ganas de vomitar. Porque lo que vimos es nauseabundo, repugnante.
Venezuela no es la cloaca putrefacta en la que han querido convertirla.
El 7 de octubre será la oportunidad para expulsar del gobierno a estos impresentables.

EMILIO NOUEL V. 

@ENouelV

domingo, 15 de abril de 2012


LA CUMBRE DE AMÉRICA DE 2012

Emilio Nouel V.



Los países americanos tuvimos la oportunidad, una vez más, de reunirnos y dialogar sobre nuestros asuntos comunes, hecho que de suyo es muy importante. No nos pusimos de acuerdo sobre una declaración final, lo cual, a mi juicio, no es de gravedad.
Lo que nos debe interesar más es el diálogo en sí sobre los temas de fondo, en la esperanza de que produzca acciones colectivas eficaces. Distraernos de estos asuntos centrales, para hundirnos en disputas estériles o prestarse a maniobras de factores que solo buscan la desestabilización de la institucionalidad hemisférica vigente, sería un grave error.
Un tema al que deseo dedicar estas líneas es el absurdo de seguir viendo al continente en dos grandes compartimientos estancos, enfrentados.
Soy de los que cree que la dicotomía que subyace a la utilización retórica de las expresiones “las Américas” o “las dos Américas”, debería comenzar a ser erradicada del vocabulario de nuestros líderes y gobernantes. Huele a naftalina, a anacronismo, a inutilidad, y es producto de prejuicios e incomprensiones históricos.


                              


En la VI Cumbre de Cartagena, me pareció oír de boca del Presidente Juan Manuel Santos una referencia directa a ese asunto cuando habló de la necesidad de cambiar los paradigmas que han dominado las relaciones en el hemisferio. Palabras más, palabras menos, señaló que era ya hora de superar los estereotipos como los de que América Latina es una región problemática y EEUU es imperialista. Al final, señaló que el propósito es una América unida.
Sin embargo, los desencuentros de nuestro continente vienen de lejos.  
Para algunos pensadores de los siglos XIX y XX, el Norte y el Sur del hemisferio estarían destinados a no entenderse por diversas razones; desde la raza, la lengua y las costumbres hasta las tradiciones, tipos de gobierno e intereses. Habría una contradicción insalvable que impediría unirnos o integrarnos política o económicamente. Ellos, los “gringos”, allá, y nosotros, los latinos, aquí. Agua y aceite. El “arielismo” roldosiano no fue otra cosa que eso.
La independencia de las colonias americanas nos dejó un hemisferio de contrastes.
De una parte, un país, EEUU, que a pesar de la guerra, desde el punto de vista económico, se mantenía pujante, y de otra, una América española fragmentada, “irremediablemente descoyuntada”, devastada por un enfrentamiento bélico muy cruento.
El historiador FERNANDEZ-AMESTO ha apuntado atinadamente que las revoluciones independentistas del hemisferio parecen ser la última gran experiencia común entre las dos Américas, momento a partir del cual se abrirán sendas divergentes.
En el siglo XIX, Miranda y Bolívar nos invitaron a la integración. Pero ésta era excluyente de los anglosajones. Bolívar guardaba un resentimiento con EEUU y más le agradaba el imperio británico; esto a pesar de que en 1826 escribe al Presidente del Senado de Colombia: la república americana en el día es el ejemplo de la gloria, de la libertad, y de la dicha de la virtud….también Colombia sabrá seguir noblemente a su hermana mayor”. Recuerde el lector que tres años después habría dicho que ése país estaba condenado por la providencia a plagar de miseria a los pueblos de América en nombre de la libertad.
En esa centuria, ocurrieron, sin embargo, acciones (incursiones, anexiones, compras territoriales) que contribuyeron a un rechazo temprano de EEUU, aunque no todo el liderazgo de ese país los compartía y tampoco lo que ocurrió era de su exclusiva responsabilidad. Pero los gringos se ganaron la mala fama, hasta el sol de hoy.
Todos recuerdan al colombiano Torres Caicedo que ante las incursiones del aventurero Walker en Centroamérica,  escribió aquel poema virulento: “La raza de América Latina/al frente tiene a la sajona raza/ enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir y su pendón”.
A pesar de estas duras palabras que inspiraron a muchos, las naciones latinoamericanas intentaron infructuosamente la soñada integración, y a finales de siglo XIX intentan hacerlo con EEUU, que ya despuntaba como una potencia emergente que había dejado atrás a sus vecinos del continente, a pesar de que 100 años antes sus economías eran equiparables. ¿Qué hicieron ellos que nosotros no hicimos?
Esta integración también fracasó por los recelos de los latinoamericanos hacia el gigante muy rico. En aquel momento, EEUU propuso un acuerdo comercial y la construcción de un ferrocarril de norte a sur del continente, lo que no fue aprobado toda vez que tales propuestas, según los latinoamericanos, haría que ése país dominara a los demás, lo cual, con el tiempo, de todas maneras sucedió. Cada país, entonces, se acordó de forma separada con Norteamérica.
Así las cosas, esa América desencontrada llega 60 años más tarde a converger en la Organización de Estados Americanos, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Tratado de Asistencia Recíproca, entre otros entes de cooperación.
Finalizando el siglo XX, en la Primera Cumbre de las Américas se propone, entre otros asuntos, el de crear un área de libre comercio entre las 34 países democráticos del hemisferio. El mismo tema de hacía 100 años atrás. Como se sabe, éste proyecto, el ALCA, equivocadamente, fue dejado de lado, y sucedió lo mismo que un siglo antes, cada país resolvió sus relaciones comerciales con el “gigante” de manera individual.
Este año de 2012, nuevamente nos hemos congregado dentro de aquel espíritu hemisférico inestable y tornadizo, las mal llamadas “Américas”, ahora bajo otras circunstancias. En el hemisferio hay una potencia emergente y hegemónica en el sur. Están presentes varios países contestatarios de  la hegemonía yanqui. La globalización de la economía nos impone un curso del que no podemos desmarcarnos sin sufrir graves perjuicios. Los países se decantan en varias opciones geopolíticas y/o geoeconómicas: el Pacífico o el Atlántico. Dos ideologías, fundamentalmente, se enfrentan, el viejo dilema sarmientano de barbarie o civilización; siendo esta última por la que opta la mayoría.    
Pero seguimos siendo, como hace 200 años, una sola América, ahora más interconectada, más imbricada y con problemas comunes a resolver.
Nuestra actitud, como países que mucho nos falta por recorrer para insertarnos en la prosperidad que nos traería una sana y desarrollada economía, no puede seguir siendo la del recelo, la pugnacidad y la exclusión de factores fundamentales de nuestro entorno continental.
La incomprensión y el desconocimiento mutuos son factores a superar. Mucho se ha avanzado al respecto. Conocernos antes que condenarnos, dice Enrique Krauze, y lleva razón.
Si bien hoy luce inconducente la vuelta a o el establecimiento de esquemas de cooperación e integración agotados y quiméricos, no es menos cierto que es necesario que en América nos entendamos en asuntos puntuales, en dar prácticas y eficaces soluciones a los problemas prioritarios, que vayan abriendo para nuestras naciones los caminos del bienestar, el conocimiento, la paz y la seguridad. En estas materias, es hora de arrancar de nuestras mentes y corazones, la retórica vacía, a la que somos muy dados en reuniones y Cumbres de presidentes, para concentrarnos de manera concertada en los asuntos que obstaculizan la anhelada prosperidad, como son las carencias educativas y tecnológicas, el hostigamiento a los negocios lícitos, la violencia y el crimen organizado, entre otros.
Si la reciente Cumbre de América -sí, leyeron bien, de América- sirve para enterrar el discurseo de ocasión y la evocación cansona de los tan manoseados próceres, podremos decir, con el tiempo, que fue un éxito.
El extraordinario intelectual venezolano Mariano Picón Salas, crítico como fue de la sociedad norteamericana, hablaba de “la común misión de América”, de “la voluntad totalizadora” y de la “incapacidad de elevarnos sobre las ruinas y convenciones de la propia tribu”. Apoyó la idea de que a pesar de los valores diferentes, que los había, era posible el “intercambio y el complemento” con la América anglosajona. 
Sin duda, es necesario rescatar y consolidar esa voluntad totalizadora, hoy más justificada que antes, para el beneficio de todo el continente. Las cumbres de América podrían ser un vector crucial para alcanzar ese objetivo.

EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
Emilio.nouel@gmail.com

miércoles, 11 de abril de 2012


NUESTRO VECINO BRASIL


EMILIO NOUEL V.

Hoy, Brasil es, en términos de béisbol, un jugador de grandes ligas. Está ubicado en el sexto o séptimo lugar como economía. Es el receptor más grande de inversiones extranjeras en la región latinoamericana, su modelo económico-social cuenta con la admiración de muchos y es ejemplo a seguir para algunos políticos. Su búsqueda de hegemonía en Suramérica no es un secreto y de alguna manera ha querido hacerle contrapeso a EEUU en el hemisferio.
Brasil pertenece a ese grupo de nuevas potencias emergentes, los BRICs (Brasil, Rusia, India y China), cuya influencia global ha aumentado en las últimas décadas.


Tiene aspiraciones para entrar en el Consejo de Seguridad con derecho a veto al igual que los cinco grandes, ha participado en conflictos más allá de las fronteras regionales y se ha concertado con países de otras latitudes de cara a problemas internacionales muy sensible (caso Irán y armas nucleares).
Ciertamente, los brasileños tienen una audiencia y prestigio global que los coloca en puesto destacado en el concierto de las naciones.
No obstante, no son pocos los analistas y observadores de su realidad económica, que de un tiempo a esta parte comienzan a ver nubarrones en su futuro, si no toma ciertas medidas correctivas.
Eso que los economistas llaman los ciclos serían las causas de un pronóstico no muy halagüeño para ese país vecino y determinante en nuestro vecindario.
El año pasado, el venezolano Moisés Naím, se preguntaba si Brasil no era una burbuja (El País, 1 de Mayo de 2011). Señalaba que a pesar de los grandes avances en la ampliación de la clase media, mediante la eliminación de la pobreza en amplios sectores de la población y una mayor prosperidad general, se observaba una sobrevaluación de la moneda, “la más sobrevaluada del mundo”, lo cual junto a otros aspectos (expansión del crédito y el gasto público), ha sobrecalentado la economía, siendo esto motivo de preocupación para las autoridades gubernamentales. Concluía el artículo advirtiendo que “La euforia y la complacencia son las enemigas más amenazantes para el exitoso Brasil de hoy.”
Más recientemente, el ex Ministro de Finanzas chileno, Andrés Velasco, señala que a finales del 2011 el crecimiento que venía siendo espectacular, se estancó, aunque se prevé para 2012 uno de 3,5% o menos.
En cualquier caso, la economía viene arrastrando problemas de productividad no resueltos. Hay ciertas reformas tributarias y laborales que no han sido instrumentadas. Algunos indican la necesidad de invertir en innovación tecnológica para alcanzar un mayor valor agregado de los productos, lo que le permitiría competir mejor en los mercados internacionales con los productos chinos, coreanos o indios. De no ponerse en práctica estos cambios y permanecer amarrados a las materias primas, Brasil correría el riesgo de quedar rezagada como economía a mediano plazo.
A Brasil algunos la llaman “Belindia”, a medio camino entre un país como Bélgica y la India.  Ciertamente, su PIB lo coloca en el puesto 7º mundial, pero también está en materia de competitividad en el 53, tiene un bajo PIB per cápita (9.390 US-dólares), y según el índice Doing Business (Banco Mundial) se encuentra ubicado en el puesto 126 de 183 economías analizadas.  
A pesar de esos pronósticos y advertencias económicas, en lo político, Brasil goza de una estabilidad y gobernabilidad que le confieren los consensos entre las fuerzas políticas más importantes, la vigencia del Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos.
No obstante, vastos sectores de la población siguen al margen de los beneficios de una economía que ha crecido mucho, sobre todo, a partir de las políticas del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, continuadas por Lula Da Silva.
Un problema serio parece ser también el de los altos niveles de corrupción, aunque el país no parece resentir mucho ese asunto.
En el hemisferio, Brasil es un actor de primer orden. Las relaciones con EEUU, aunque cordiales, civilizadas y no pugnaces, no han estado exentas de ciertos roces en los últimos tiempos, en la ocasión de varios temas. En los días que corren, la Presidente Dilma Rouseff fue recibida por el Presidente Barack Obama, y se señala como motivo principal de la visita el tema monetario. Se ha señalado que la alta liquidez internacional que sería provocada por los países más desarrollados, podría afectar negativamente la competitividad de países emergentes como Brasil, y esto requiere de medidas concertadas entre los países.
El gobierno brasileño acusa a EEUU y a China de promover una guerra cambiaria para aumentar sus exportaciones. 
En cualquier caso, Brasil y EEUU han mantenido y consolidado sus relaciones no solo en el campo económico, sino también en otros como el politico-hemisférico y el educativo, a pesar de la divergencias. 
Para sus vecinos, el papel que juegue Brasil en el futuro es muy importante. Está claro el particular interés que ha puesto en iniciativas como UNASUR, cuyo futuro no aparece muy despejado, habida cuenta de las distintas ópticas y opciones que se manejan en la región. A Venezuela, particularmente, importa mantener las mejores relaciones con ese país, sobre bases civilizadas, reciprocidad y autonomía, desde una posición oficial que esté alejada del personalismo, de posturas ideologizadas y mucho menos de conductas pendencieras con el resto de los actores de la región.

EMILIO NOUEL V.

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martes, 3 de abril de 2012


FRANCIA, EL DILEMA DE SIEMPRE

Emilio Nouel V.

El legendario “Danny el Rojo”, aquel joven mercurial que nos convocaba a conquistar el cielo por asalto y que lideró las barricadas del Mayo francés allá por el lejano 1968, hoy, transformado en diputado ecologista, nos dice que el debate electoral en Francia es aburrido y poco han aprendido los franceses de él, si nos atenemos a los temas y/o a la profundidad de la discusión. ¿Dónde está el gran debate?, subraya. 
Lo acompaña en esta apreciación crítica The Economist, el cual señala que la campaña electoral es la más frívola de los países occidentales e ignora de manera impresionante los grandes problemas económicos. Una negación de la realidad, en definitiva, según la revista.





Como se sabe,  dentro de 2 semanas tendrá lugar la primera ronda de las elecciones en aquel país. 10 candidatos en liza evidencian hasta qué punto está dividida la opinión en el hexágono galo.


Estas elecciones se producen en un entorno nacional, regional europeo y mundial complicado. Las consecuencias económicas y sociales de la crisis fiscal y financiera ya han derribado a varios gobiernos y liderazgos. Y Francia, obviamente, no escapa a esta ventolera, a pesar de que sus circunstancias particulares no pueden ser comparadas con las de otros países europeos, mucho más débiles.
Este torbellino incluso ha producido desencuentros entre los miembros de la Unión, que han despertado también cuestionamientos a los principios sobre los que se levanta la integración regional.
Aunque pareciera que lo peor ya pasó y que de todos modos se requerirán varios años para la recuperación,  el euroescepticismo ha cobrado cierto impulso, y sobre esta ola se han montado algunos proyectos políticos que, de tener éxito, podrían lesionar a mediano plazo las bases de la gran aventura europeísta. (Esperamos que estas ideas fracasen, por el bien no solo de los europeos) 
No obstante, la madre del cordero son los planes de recorte presupuestario y las reformas laborales que la nueva situación impone. Su capacidad para generar convulsiones sociales no es desdeñable, y ojalá no vaya a mayores.                
Si hacemos una operación de ubicación político-topográfica de los candidatos que se disputan el favor del electorado, en la centro-derecha y derecha estarían Nicolás Sarkozy y Marine Le Pen, en el centro François Bayrou, y en la izquierda, François Hollande, Jean Luc Melenchon, y Eva Joly, principalmente. 
Los problemas más sensibles para los franceses son el desempleo y un mermado poder de compra. En general, la economía, además del problema de la deuda, tiene en la competitividad una asignatura pendiente que viene siendo señalado desde hace años y no se corrige. Incluso, desde las instituciones europeas, se ha planteado pero no se ha hecho mucho al respecto.
Las encuestas otorgan al socialista Hollande 28 % de intención de voto, mientras que a Sarkozy 27.  En una segunda vuelta el primero se impondría a ése animal político que es Sarkozy, 56% vs 44%. Sin embargo, éste en la actualidad, supera al primero en las preferencias del electorado de la Francia profunda. Asimismo, se avizora un porcentaje de abstención alto que afectaría más a Hollande. 
Para algunos observadores, Sarkozy habría defraudado las expectativas que generó en las pasadas elecciones; debe recordarse que hasta logró el apoyo de sectores de la centro-izquierda entonces.  Hollande, por su parte, se catapulta con el descontento producido por la situación económica y recoge los apoyos de la sempiterna izquierda nacional.
La extrema derecha representada por Le Pen vuelve por sus fueros y está ubicada en un porcentaje cercano a las elecciones pasadas (14%). En la segunda ronda se decantaría, sobre todo, hacia Sarkozy.
Sobre los votantes del troskista Melenchon (15%), "el pequeño Chávez a la francesa", y el centrista Bayrou (12%), lo más probable es que en su mayoría se inclinen por Hollande en el ballotage. Es muy probable que el socialista se vea obligado a negociar con Melenchon, cuya votación se encuentra en ascenso a esta fecha. 
Pareciera que la suerte está echada, aunque la amenaza abstencionista puede torcer los pronósticos de las encuestas. Derecha o izquierda es el dilema, mientras se mantienen los crónicos problemas de fondo que la sociedad francesa no termina de solventar.
Lo que se presenta claro es que el triunfador deberá tomar medidas económicas y fiscales severas, la tormenta aún no ha pasado y las amenazas están latentes. Obviamente, ninguno de los candidatos con probabilidades de ganar mencionará la soga en la casa del ahorcado.  
The Economist, acertadamente, dice que ninguno de los candidatos propone medidas para reducir los “alucinantes niveles impositivos” o recuperar la competitividad. La propuesta de aumentar impuestos de Hollande (75% a las rentas altas) y su hostilidad hacia la empresa privada y la creación de riqueza mostrarían una visión anacrónica de éste sobre los asuntos económicos. El semanario, igualmente, se lamenta de que Sarkozy haya abandonado su propuesta de reformas “a la alemana”. 
A ambos candidatos corresponde preparar al país, de manera responsable, para las medidas duras que habrán de tomarse indefectiblemente si se quiere reactivar la economía.
La experiencia griega y la más reciente española, con el nuevo gobierno de Rajoy, indican que aquellas medidas desencadenarán movimientos de protesta. Es de esperar, tarde o temprano, que en Francia ocurra lo mismo, independientemente del que triunfe en las elecciones  y una vez que pasen los cien días del "état de grâce” que todo país da a los candidatos que ganan.

 

EMILIO NOUEL V.


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domingo, 1 de abril de 2012


BY MINXIN PEI

The rare foreign visitor to China during the Cultural Revolution often saw a huge placard at the airport boasting the farcical claim, “We have friends all over the world.” In truth, Maoist China — a rogue state exporting revolution and armed struggle around the world, and a bitter foe of the West and the former Soviet bloc — was extremely isolated. It had a few friendships with countries like Ceausescu’s Romania and Pol Pot’s Cambodia; for a few bleak years, China’s only true ally was tiny Albania.
Forty years later, a powerful and assertive Beijing has a lot more friends. Its economic presence is warmly welcomed by many governments (though not necessarily people) in Africa; European countries regard China as a “strategic partner,” and China has forged new bonds with leading emerging economies like Turkey, Brazil, and South Africa. Yet besides Pakistan, which depends on China for military and economic assistance, and which China supports mainly as a counterweight against India, Beijing has a shocking lack of real allies.
Real strategic alliance or friendship is not a commodity that can be bought and bartered casually. It is based on shared security interests, fortified with similar ideological values and enduring trust. China excels in “transactional diplomacy” — romping around the world with its fat checkbook, supporting (usually poor, isolated, and decrepit) regimes like Angola and Sudan in return for favorable terms on natural resources or voting against Western-sponsored resolutions criticizing China’s human rights record. And the world’s second-largest economy will remain bereft of dependable strategic allies because of three interrelated factors: geography, ideology, and policy.
For one thing, China is situated in one of the toughest geopolitical neighborhoods in the world. It shares borders with Japan, India, and Russia; three major powers which have all engaged in military conflicts with China in the 20th century. It still has unresolved territorial disputes with Japan and India, and the Russians fear a horde of Chinese moving in and overwhelming the depopulated Russian far east. As natural geopolitical rivals, these countries do not make easy allies. To the southeast is Vietnam, a defiant middle power which has not only fought many wars with China in the past, but is apparently gearing up for another contest over disputed waters in the South China Sea. And just across the Yellow Sea is South Korea, historically a protectorate of the Chinese empire, but now firmly an ally of the United States.
That leaves countries like Myanmar, Cambodia, Laos, and Nepal, weak states that are net strategic liabilities: expensive to maintain but that yield minimal benefits in return. In the last decade, China wooed more important Southeast Asian nations into its orbit with a charm offensive of free trade and diplomatic engagement. While the campaign produced a short-lived honeymoon between China and the region, it quickly fizzled as China’s growing assertiveness on territorial disputes in the South China Sea caused Southeast Asian nations to realize that their best security bet remained the United States. At the last East Asian Summit in Bali in November 2011, most of the ASEAN countries spoke up in support of Washington’s position on the South China Sea. 
China may be North Korea’s patron, but the two countries dislike each other intensely. Beijing’s fear of a reunified Korea motivates it to keep pumping massive aid into Pyongyang. Despite having China as its gas station and ATM, Pyongyang feels no gratitude towards Beijing, and rarely deigns to align its security interests with those of China: Consider North Korea’s pursuit of nuclear weapons, which has dramatically worsened China’s security environment. Worse still, Pyongyang repeatedly engaged in direct negotiations with Washington behind Beijing’s back during the China-sponsored Six-Party Talks, illustrating that it was always ready to sell its “friend” and neighbor out to the highest bidder. Yet China has little choice but to smile and play nice, as its ties with a reunified Korea would be worse: If the democratic South absorbs the North, the new country would almost certainly continue and possibly strengthen its security relations with the United States, instead of growing closer to China.
Of all its neighbors, only Pakistan has produced genuine security payoffs for China. But as internal turmoil weakens the Pakistani state, the net benefits of this relationship are decreasing. China’s expanding trade and security ties with the Central Asian autocracies face competition from Russia (their traditional protector) and the United States; these states may need China to balance against the other great powers coveting their resources and strategic locations, but they are too fearful of falling deeply into China’s orbit to form genuine alliances with it.
If geography conspires to deprive Beijing of durable security allies, the Chinese one-party system also seriously limits the range of candidates that can be recruited into Beijing’s orbit. Liberal democracies — mostly prosperous, influential, and powerful — are out of reach because of the domestic and international liabilities of forming an alliance with a dictatorship. China and the EU wouldn’t forge a security alliance; the rhetoric elevation of their relationship to a “strategic partnership,” is immediately made hollow by the existing EU arms embargo against China and incessant trade disputes.
Electoral democracies now constitute roughly 60 percent of all the states in the world, making the pool of potential political allies for China much smaller than it was in the 1960s and 1970s. Newly liberal democracies like Mongolia, a neighbor of China, are loath to be tied to an autocratic behemoth, particularly a neighboring one. Instead, they seek alliance with the West for security (and one imagines that Beijing wasn’t thrilled at Mongolia and the United States recently holding joint military exercises). Today, China’s much-vaunted Cold War ties with Romania and Albania have collapsed. Although their democracies are deeply flawed, both countries’ leaders seem to understand that hitching their wagons to China would hurt their chances of being part of the West. Doing business with China is one thing — and perhaps it’s inevitable in a modern, globalized economy, but seeing eye to eye on foreign policy is another matter entirely.
Beijing’s foreign policy strategy in the last three decades has not focused on building strategic alliances. Instead, the emphasis has been on maintaining a stable relationship with the United States and capitalizing on a peaceful external environment to promote domestic economic development. Chinese diplomacy post-Mao went into overdrive only twice: squeezing Taiwan when a pro-independence government was in power (1995-2008) and the occasions when it rallied developing countries to defeat the West’s human rights campaign against China. These were the times when Beijing had to rely on its friendship (and veiled threats) to get its way, such as when it convinced states such as Algeria and Sri Lanka to boycott the Nobel Peace Prize Award ceremony in December 2010 honoring Chinese dissident Liu Xiaobo. But otherwise, Chinese leaders have firmly stuck to their belief that the most dependable way for a great power to safeguard its security and interests remains expanding its own capabilities while ignoring the rest of the world.
Like other great powers, China has client states, such as North Korea and Myanmar.  If North Korea has shown how a vassal can become a dangerous trouble-maker, Myanmar illustrates why a patron should never take its charge for granted. Until the recent political thaw in Myanmar, China thought it had the isolated military junta in its pocket. But the generals ruling Myanmar apparently had other plans. They abrogated a contract with China to build a controversial dam and, before Beijing could make its displeasure known, released political prisoners and invited U.S. Secretary of State Hillary Clinton to Yangon for a historic visit. Today, Myanmar appears to be slipping away from the Chinese orbit of influence.
Farther afield, China may have a few countries with which it is truly on friendly terms, such as Hugo Chávez’s Venezuela, Robert Mugabe’s Zimbabwe, and the Castros’ Cuba. But these are, by and large, states headed by political pariahs that are skilled manipulators of great powers. Besides access to natural resources and backing at the U.N., important as they are, good relations with such states generate little value for Beijing. In any case, the rulers of these states are old and ailing. When new, better democrats take their place, the relationship with China may cool.
Russia is the closest thing China has to a powerful quasi-ally. Their shared fear and loathing of the West, particularly of the United States, has brought Moscow and Beijing ever closer to each other. Yes, their common economic interests are dwindling: Russia has disappointed China by declining to deliver advanced weapons and energy supplies, while China has not lent enough support to Russia in its feud with the United States over missile defense and Georgia. But in a strictly tactical sense, China and Russia have become partners of convenience, cooperating at the United Nations Security Council (UNSC) to avoid isolation and protect each other’s vital interests. On Iran, they coordinate closely with each other to moderate the West’s pressures on Tehran. On Syria, they twice jointly vetoed UNSC resolutions to protect the Assad regime. Yet any honest Russian or Chinese would tell you point-blank that they are no allies; their strategic distrust of each other makes genuine alliance impossible.
The growth of Chinese power has created the dreaded “security dilemma”: Instead of making Chinese more secure, its growing power is striking fear among its neighbors and, worse, has elicited a strategic response from the United States, which has pivoted its security focus toward Asia. The emerging strategic rivalry will severely test Beijing’s diplomatic skills. The strategic choices available in terms of strengthening its alliance structure are few. Most Asian states want the United States to maintain its critical balancing role in the region; friends China can make in other parts of the world bring nothing to bear on this rivalry. There are, however, two difficult but promising paths China can take. One is to resolve the remaining territorial disputes with its neighbors and then throw its weight behind a regional collective security system which, once in place, could alleviate its neighbors’ fears, moderate the U.S.-China rivalry, and obviate the need for China to recruit allies. The other is to democratize its political system, a move that will once and for all eliminate the risks of a full-fledged U.S.-China strategic conflict and bring China “friends all over the world.” The first may be a reach, too little, too late — and don’t hold your breath for the latter.