jueves, 22 de septiembre de 2011


RECUERDOS INTEGRACIONISTAS Y LA ACTUAL CRISIS EUROPEA


Corrían los años finales de los setenta del siglo pasado, y entusiasmado con la experiencia europea de integración económica vivida de cerca, me dispuse a cursar un postgrado que me permitiera sumergirme con seriedad en el tema, pero desde la perspectiva de nuestra realidad latinoamericana. Los temas internacionales siempre me habían interesado y aquí estaba una oportunidad atractiva.  
La Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, en 1976, hacía un par de años -creo- había creado una opción de estudio sobre la integración económica, y resolví emprenderla.

                      


Allí, de la mano -es un decir- de excelentes juristas venezolanos y algunos extranjeros, conocedores del Derecho y la economía internacionales, un grupo de alrededor dos docenas de alumnos propios y extraños, nos adentramos entusiasmados en el campo de la integración y su regulación.
Recuerdo con mucho afecto y admiración a quienes tenían a su cargo las distintas cátedras de la maestría. Allí estaban, entre otros no menos destacados profesores: Isidro MORALES PAÚL, Sebastián ALEGRETT, Nelson SOCORRO y Tesalio CADENAS, y los argentinos Eduardo SCHAPOZNIK y Juan Mario VACCHINO. De vez en cuando se sentaba con nosotros, en calidad de oyente de excepción, un gran jurista español que hizo de ésta su patria: Antonio MOLES CAUBET.
De ellos conocimos, además de los antecedentes, los obstáculos, las ventajas, las oportunidades y los desafíos tanto económicos como políticos que están envueltos en todo proceso de conformación de bloques de comercio. 
Sin embargo, las distintas materias nos arrastraban a ir más allá del tema concreto que ocupaba nuestra atención. Se nos imponía paralelamente una reflexión mayor sobre la historia de lo que habíamos sido los países del continente hasta entonces. Había que abordar el asunto de las causas profundas de los males de nuestras economías, y los valladares que aquellos ponían a una integración eficaz y vigorosa -la soñada por tantos líderes latinoamericanos durante dos siglos- que permitiera enrumbarnos por una senda sostenida de crecimiento y bienestar para las mayorías, sobre la base de reglas de derecho uniformes, aceptadas y acatadas por todos, como garantía para alcanzar los fines y objetivos perfilados por sus propulsores.
En esos casi dos años que estuvimos transitando por esos asuntos, nos volvimos integracionistas militantes. Nos convencimos de que el desarrollo de nuestras naciones pasaba por la ejecución de una estrategia conjunta y complementaria de integración con los países de la región. Aquellos excelentes profesores, casados con la “idea”, nos habían convertido a esa “ideología”, casi una fe, y hasta creamos una asociación de especialistas de la cual algunos de aquellos formaron parte con el mismo ánimo que sus alumnos.
Afincados en nuestro fervor, no advertíamos aún, en toda su magnitud, lo difícil que iba a ser la concreción de aquella “idea-fuerza” que tenía ya varias décadas dándose golpes con la compleja realidad de nuestras naciones, y la cual en los tiempos que corren sigue con muchas asignaturas pendientes.

                    


Entonces la experiencia emblemática europea era el ejemplo a seguir; fueron los pioneros que establecieron instituciones, normas y políticas en función de ese objetivo. Sus éxitos para esas fechas eran innegables. Y lo serían mayores con el correr de los años. De 6 miembros originarios pasarían a 27; la Comunidad Europea se volvería la Unión Europea. Vendría la moneda única: el euro. Las políticas macroeconómicas, comerciales, agrícolas, de seguridad, de defensa, de consumidores y tantas otras, serían únicas en el bloque y frente al mundo, a pesar de ciertos desencuentros puntuales. La UE se convertiría en un actor fundamental de las relaciones políticas y económicas del planeta después de haberse levantado de las ruinas en que la había dejado la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, un ejemplo exitoso a imitar, aunque no exento de críticas por estos predios y en la misma Europa.
Hoy, la Unión Europea vive una crisis financiera terrible y angustiosa, sobre cuya solución no se ponen de acuerdo los líderes. Aquel modelo de integración que nos vendieron y compramos para adaptarlo a nuestras circunstancias particulares hace aguas. Vargas Llosa nos habla en estos días de “estado agónico” de la UE, no sé si exagerando para que se tomen las medidas urgentes para salvarla de la debacle. Leo con mucha inquietud que la única alternativa para Grecia y otros países europeos en la misma situación difícil, es que abandonen la eurozona y vuelvan a una moneda nacional depreciada que les permita recuperar la competitividad y el crecimiento (Nouriel Roubini).
De producirse esta decisión de consecuencias inimaginables, sin duda, significaría un retroceso evidente que pone en tela de juicio las virtudes del proceso para lidiar con estas crisis. ¿Tiene culpa la integración, el euro, concretamente, en que se haya arribado a esta circunstancia lamentable, que pone en peligro la existencia de un experimento único? Algunos creen que sí.
¿Se avanzó demasiado rápido en el proceso integrador? Quién sabe.
Los problemas detectados hace algunos años de competitividad en la zona ¿fueron abordados con resolución? Parece que no.
¿Habrá otra salida distinta y viable a la de “sacrificar” a los más débiles para preservar el conjunto? Quizás sí, pero no hay consenso al respecto; el principio de solidaridad comunitaria no llegaría a tanto desprendimiento.
A pesar de las distancias y de las diferencias, esta crisis aún no concluida ¿puede tener alguna enseñanza para los latinoamericanos?  Con seguridad, sí.
La integración latinoamericana y la hemisférica han debido sortear muchas dificultades de orden político y económico; no las hemos vencido todas. La integración probable, la pragmática, es una tarea inconclusa, a pesar de sus avances no espectaculares. 


                              

En nuestro hemisferio, uno de las trabas más importantes es la manía refundacionista de una integración económica excluyente de EEUU y CANADÁ. Es una de las ideas más nefastas, por ineficaz, que deberíamos desechar.
El mundo ha dado muchas vueltas desde aquellos años setenta de la "Gran Venezuela", generosa con los perseguidos políticos del continente, y cuyo líder pretendió ser el paladín del llamado entonces Tercer Mundo.  Mucha agua ha corrido debajo de los puentes desde esa época en que nos animaba un ideal integracionista latinoamericano. La interdependencia global  ha llegado a una profundidad insospechada. 
En la actualidad, a mi juicio, no hay cabida ni viabilidad para proyectos integracionistas parciales o de alcance geográfico acotado en un mundo profundamente interconectado. Seguir promocionando utópicos bloques comerciales cerrados, además de que es un imposible, es un despropósito, un autoengaño, producto de prejuicios e ideas que perdieron su vigencia. No existen razones válidas, de ningún tipo, para persistir en la idea de una integración exclusivamente latinoamericana, que las realidades ya han sobrepasado. 

EMILIO NOUEL V.


EMILIO NOUEL V.

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