jueves, 7 de enero de 2010

LAS LASTIMOSAS VICISITUDES DEL INGRESO DE VENEZUELA A MERCOSUR

No tenemos noticias de que la aceptación de un país en una organización internacional, trámite por lo general expedito o al menos discreto en los parlamentos, haya sido tan accidentada, lastimosa, y hasta humillante, como ha sido la que aún está por verse de Venezuela a Mercosur.

Ciertamente, en el ámbito hemisférico o en el internacional, no recordamos un caso parecido de via crucis aprobatorio anterior a éste, aunque existan casos de retrasos de naturaleza bilateral como el del TLC EEUU-Colombia.

Ya han pasado 3 años y medio desde que se suscribió en Caracas el Protocolo de Adhesión y 2 de la amenaza aspavientosa y no cumplida de Chávez de que si en 3 meses no se aprobaba aquel, lo dejaría sin efecto; amenaza que se volvió pura bulla, pues una vez más el bocazas quedó en ridículo al no concretar su insolente ultimátum.

En aquellas fechas, como era de esperarse, los diputados de la Asamblea Nacional venezolana, ejecutaron las órdenes de su amo de Miraflores, de aprobar sumariamente el Protocolo al día siguiente de firmado, sin mediar discusión, ni procedimiento parlamentario, ni consultas a los sectores políticos, económicos o sociales que pudieran tener una opinión al respecto o verse afectados por los compromisos que se estaban asumiendo prácticamente a ciegas.

Por su parte, los gobernantes argentinos, amigos y socios de Chávez, disponiendo entonces de una mayoría cómoda en el Parlamento de ese país, aprobaron con celeridad el Protocolo. Igual ocurrió en Uruguay, cuyo gobierno, también amigo, fue muy diligente en su consentimiento. En ambos casos, razones crematísticas primaron sobre cualquier otra consideración, las cuales, sin embargo, no pueden ser consideradas como únicas.

No obstante, y a pesar de gozar también con una mayoría en el senado y la cámara de los diputados, el gobierno de Brasil, primer interesado, no corrió con la misma suerte que sus socios mercosurianos, y mucho le costó complacer al amigo venezolano, al que pasaron por una suerte de horcas caudinas por lo deshonroso del episodio. Al final, después de varios retrasos y extensos debates, el Protocolo fue sancionado el pasado mes de diciembre, mediante una votación muy dividida (35 votos a favor y 27 en contra) en el Senado.

Del debate realizado allí durante varios años lo que quedó debe haber sido un sabor bien amargo para el presidente venezolano. Allí, con el gobierno de Venezuela y la imagen de Chávez, prácticamente se barrió el suelo. A tal punto fueron vapuleados que la votación favorable que pudiera haber sido considerada y explotada como un triunfo diplomático o político, se vio opacada por la andanada de cuestionamientos y denuestos contra la conducta política del régimen venezolano, cuya condición democrática fue negada o puesta en duda, incluso por quienes votaron a favor con el pañuelo en la nariz.

Por vez primera también vimos, en el marco de la discusión de un tratado, a un parlamento del vecindario pedir reuniones con sectores políticos distintos a los del gobierno que ha negociado el tratado de adhesión, a los fines de oír su opinión. Se recuerda las audiencias concedidas a los políticos venezolanos Leopoldo López y Antonio Ledezma, quienes, con matices, denunciaron la deriva autoritaria del gobierno de Venezuela y sus violaciones a los derechos humanos.

Triunfo pírrico éste, donde los haya. Ni siquiera el gobierno venezolano ha hecho alharaca del asunto, como acostumbra en estos casos. Podemos imaginar su ánimo, luego de salir "amoratado" de un brete tan bochornoso, cuya repetición ya se está dando en el país que queda por dar su asentimiento, Paraguay.

Sin duda, los gobiernos actuales mercosurianos, cuyo bloque, por cierto, sigue marchando cojitranco, se están comprando un problema, obnubilados por los pingües negocios que están haciendo con el manirroto gobierno venezolano. El inmediatismo pragmático y también la identificación ideológica de algunos, los hace olvidar que cuando esté dentro, el gobierno venezolano va a causarles más problemas de los que ya tienen (conflictos bilaterales, descontento de los países pequeños, infracciones a la normativa comercial) en términos de obstrucción de la marcha del proceso integrador. Esto sin mencionar el tema de la toma de decisiones, las cuales se dificultarán por la visión ideológica y eminentemente política que mueve a los bolivarianos. Debe recordarse aquí que aquellas deben tomarse por consenso, y si éste no se logra no podrán ejecutarse.

Por otro lado, hay que recordar también que el ingreso a MERCOSUR, según lo establece el Tratado de Asunción y el Protocolo de Ouro Preto, implica asumir la obligación de aceptar integralmente todos los instrumentos jurídicos en vigor en el bloque, entre los cuales no son pocos los que entrarían en colisión con las políticas y normativas económicas, comerciales e internacionales que han sido instrumentadas por el gobierno venezolano.

Y todo esto lo decimos desde la perspectiva de quien ve más virtudes que fallos en el libre comercio y la integración económica internacional, a pesar de los pesares. El gobierno de Chávez no cree en ellas. Es estatista y colectivista, como todo economista marxista ortodoxo. El mercado, para él, es una realidad que debe ser abolida. El capitalismo, una maldición demoníaca, generadora de todos los males del planeta.

¿Cómo esta visión puede ser congruente con la de la libre competencia, el respeto a la propiedad privada, la seguridad jurídica para las inversiones y la apertura comercial que inspira a Mercosur?

Y en materia de la vigencia del Estado de derecho y garantía de los derechos humanos, ocurre lo mismo. ¿Cómo un gobierno que atropella a diario la Constitución Nacional, que ha suprimido la separación y autonomía de los poderes y utiliza a los jueces para perseguir a sus adversarios, puede ser conforme a las normas del Protocolo de Ushuaia de Mercosur?

Pero hay otras razones, como venezolano, que nos conducen a cuestionar la forma cómo nuestro gobierno ha conducido esta negociación, si es que puede llamarse de este modo una ejecutoria realizada de espaldas a los intereses del país, rayana en la traición. Y esto deben tomarlo en cuenta los mercosurianos a la hora de sus decisiones.

Se trata del destino de las empresas venezolanas manufactureras, de servicios o del agro.

¿Han sido escuchadas éstas por un gobierno que se dice promotor de “la participación protagónica del pueblo”? Pues, no.

Por otro lado ¿Está consciente del impacto negativo, casi mortal, que pueden sufrir algunos sectores con un comercio indiscriminado, sin algunas protecciones arancelarias o salvaguardias comerciales, o políticas internas de “amortiguación”, por la competencia de productos de Brasil o Argentina? ¿Sabe el gobierno lo que debe defender en una negociación con esos países o le tiene sin cuidado este tema?

Estoy convencido de que desconoce totalmente qué tiene entre manos. El único interés que lo mueve es el ideológico -una locura ideológica- y las únicas herramientas que utiliza para negociar es el petróleo estatizado. La protección de la empresa privada venezolana no está en su agenda nacional, y mucho menos en sus planes internacionales.

Que sepan entonces los de MERCOSUR que no nos oponemos a la integración económica o al intercambio comercial con cualquier país amigo. A lo que sí nos oponemos es a las condiciones inermes bajo las cuales nos quiere hacer ingresar Chávez, y sin haber pulsado la opinión de los venezolanos y sus sectores económicos. Lo mismo hizo con el retiro irracional e inconveniente de la CAN.

Es probable que el ingreso de Venezuela no se produzca mientras estén los bolivarianos en el poder (el parlamento paraguayo puede convertirse en un hueso duro de roer), lo cual podría permitir a las fuerzas democráticas redimensionar este importante asunto, aunque no podemos descartar que pueda concretarse antes, lo que, como hemos dicho, generará no pocos impasses en ese bloque comercial.

Si la correlación de fuerzas políticas en el hemisferio se modifica en los años venideros, como es probable, no sería aventurado decir que se producirán cambios del entorno que propiciarán relaciones entre nuestros países más armoniosas, sosegadas y fructíferas, y los temas de la integración no tendrán que pasar por episodios tan traumáticos y conflictivos como éste del ingreso a Venezuela a MERCOSUR.

EMILIO NOUEL V.

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